La muerte de Esmeralda Richiez ha desnudado a gran parte de la sociedad dominicana que suele desgarrar sus vestiduras para enfilar su dedo índice en dirección equivocada.

Otra vez, en República Dominicana, la víctima es la culpable de su propia muerte. Aparentemente, según sus inquisidores, ella sedujo al profesor de matemática, 19 años mayor, para que supuestamente la sometiera a una «actividad sexual violenta» y le provocara  un shock hipovolémico que finalmente terminó con su vida.

Tal parece que Esmeralda es la culpable de su destino por subir fotos en las redes sociales con traje de baño, además de pintarse los labios y actuar como «adulta». Sí, eso debió ser; quizás eso fue lo que hizo que el profesor de matemática «se sintiera seducido».

Curioso es que nadie se percatara que en una de sus fotos ella carga unos globos en forma de quince, a propósito de su cumpleaños. Esa foto simplemente no existe para muchos.

¿Cómo sus padres la dejaron ir con un profesor, un primo y tres menores de edad? Es la cuestionante que los «perfectos» y «sabiondos» vociferan, como si no fuera poco ya para ellos cargar con la culpa de no socorrer a tiempo a su hija, quien murió desangrada a metros de ellos.

Sin mencionar que ignoran que en los pueblos todavía hay personas que ven a profesores como un ente moral y de autoridad dentro de la comunidad. No analizan contextos ni realidades, simplemente es más fácil agarrar un teclado y escupir lo que salga de la mente sin medir consecuencias.

Los medios de comunicación

A Esmeralda la hemos matado varias veces. Lo hizo presuntamente el profesor y posteriormente la sociedad, eso nos incluye a nosotros, los periodistas.

La matamos cuando publicamos el audio de sus últimos minutos de agonía. También cuando ventilamos sobre su actividad sexual, como si eso aportara en algo a la causa del caso.

Lo hicimos cuando no hemos sabido discernir entre unas declaraciones sin sustentos y que, probablemente, hayan estado motivadas al sufrimiento del momento y a la impotencia de verla dentro de un ataúd.

La matamos cuando romantizamos un acto tan cruel y vil como lo es una violación sexual.

La matamos cuando no salvaguardamos su dignidad frente a las cámaras.

En fin, Esmeralda; te fallamos…

Sobre el Inacif y Patología Forense

De antemano creo plenamente en la seriedad de los estudios realizados, tanto por el Instituto Nacional de Ciencias Forenses (Inacif) como el de Patología Forense. En ninguno de los análisis se verifica embarazo ni aborto. Por ende, seguir recurriendo a ese relato es, también, una forma de asesinato a la verdad.

Ni el Inacif ni Patología Forense ganan nada tergiversando un caso que no es de Estado (campo fértil para teorías conspirativas). El crímen de Esmeralda, contrario a los que muchos piensan, suele ser bastante común.

Lo que pasa es que el silencio no solo pertenece a Esmeralda.

El silencio suele ser el albergue de muchas niñas y adolescentes abusadas por depredadores (muchos de ellos con jerarquía) que invaden las escuelas, las iglesias, entidades privadas y públicas; incluso el hogar, espacio que se supone debe ser para sentirse seguro.

¡Descansa en paz, Esmeralda!

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