Al conocerse del ataque a la embajada, informaba Bosch, ataque por demás “salvaje e imperdonable a nuestra soberanía”, el Gobierno se apresuró a tomar medidas para proteger la embajada haitiana de la ira popular. La cosa era, razonaba el mandatario, “que si la noticia del atropello que se nos había hecho en Puerto Príncipe salía a la calle, nuestras juventudes podían indignarse y en medio de la indignación podían atacar a la embajada haitiana en la capital”. Bosch hacía una distinción entre la tiranía de Duvalier y el sufrido pueblo haitiano. No debía haber confusión al respecto. El pueblo de Haití era asesinado y explotado por tiranos. En cambio, la Embajada representaba al pueblo haitiano, no a un gobierno despótico como el de Duvalier.

También enumeraba un rosario de vejámenes contra dominicanos cometidos por las autoridades haitianas. Tales agresiones pasaron a ser ataques a la República desde que Duvalier pidió, de manera inexplicable, el cierre de consulados dominicanos en Cabo Haitiano y Juana Méndez, “cosa que no se hace entre países, sino cuando el que pide el cierre quiere insultar al otro o cuando se desea provocar una ruptura de relaciones”. A seguidas pasaba a detallar casos de dominicanos objetos de esos vejámenes. Incluía los de algunos diplomáticos declarados personas non grata “sin explicaciones y con deseos de ofender”, como los casos de Marco A. Cabral y de los doctores Ciro Amaury Dargam Cruz y Antonio Jiménez Dájer. De 28 haitianos que se habían refugiado en la embajada dominicana en Puerto Príncipe desde junio de 1962, sólo seis han obtenido salvoconductos de las autoridades de ese país. Según Bosch esta era otra ofensa a la República.

El problema no era sólo de índole diplomática o militar. Involucraba un asunto de naturaleza más grave. Duvalier, según Bosch, estaba empeñado en su eliminación física. La denuncia era tan grave como la agresión misma a la misión diplomática.
Remontábanse los hechos al período en que Bosch aún no había asumido la presidencia. En enero, citaba el Presidente, el Gobierno haitiano fraguó un complot para matarlo. Para llevar a cabo el plan, habíase utilizado a un ciudadano haitiano, antiguo miembro del Servicio de Inteligencia Militar dominicano, el clausurado organismo de represión político-policial de Trujillo.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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