Los cementerios públicos del país, tal vez con muy pocas excepciones, se encuentran en total abandono, inequívoca y evidente señal del absoluto e irritante desprecio de las autoridades municipales por los asuntos más solemnes. Eso explica el auge que en la última década han tenido los cementerios privados.

La situación no se limita a los llamados campos santos, sino a la mayoría de los monumentos, incluidos aquellos relacionados con hechos de relevancia histórica. Ni la bandera nacional queda a salvo, como se observa en la negligencia que supone el uso de dos colores azules en sus cuadrantes, como es fácil observar en las oficinas públicas, sin excluir el propio Palacio Nacional, el Congreso y la Suprema Corte, que en una oportunidad emitió un valiosísimo folleto sobre la enseña patria y la manera en que esta debe ser respetuosamente tratada.

Conservo en mis archivos una gráfica publicada en abril del 2012 por elCaribe tomada cuando una patrulla policial le rendía honores a un sargento de ese cuerpo asesinado por delincuentes. Muestra el instante en que se disparaba una salva, dentro de densos matorrales a la altura casi de las rodillas y en las que apenas pueden notarse las lápidas del cementerio. Esa misma semana escribí, acerca del poco respeto que las autoridades municipales se tienen a sí mismas, faltando a su responsabilidad de atender esos lugares. Ese irrespeto oficial por los muertos alienta el temor que los deudos sienten cuando visitan los cementerios públicos, donde bandas de todas las edades se han apropiado de esos espacios, hurtan ataúdes y revenden las flores que los familiares depositan ante las tumbas de sus seres queridos.

El estado de abandono de esos lugares públicos constituye una vergüenza, porque por todos es sabido que en otros países los cementerios son sitios bien cuidados, donde se respira tranquilidad y los muertos verdaderamente descansan en paz, lo que en el nuestro se les niega.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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