No hay otra forma de llamar o calificar el asesinato de la pareja de pastores y esposos -Joel Díaz y Elizabeth Muñoz- que el pasado miércoles, 31 de abril, cayeron abatidos en Villa Altagracia, por quienes estaban llamados a cuidar y preservar sus vidas: la Policía Nacional….
Y no hay cómo explicar tan abominable y atroz crimen a mansalva y sin explorar, por lo que ha narrado uno de los sobrevivientes, el más mínimo protocolo preventivo; y contrario, actuar cuasi de ajusta cuentas o gatillos alegres…, para tipificarlo de alguna manera….

Sin embargo, ese doble crimen marca un punto de inflexión -un antes y un después- frente a la seguridad ciudadana y sobre todo qué hacer con una “institución” que, con contadas excepciones -porque las hay-, adolece de falencias históricas-estructúrales, prácticamente, insuperables. Y en ese contexto, lo que cabe, sin apelación ni remiendos, es una refundación organizacional -integral-ética-educativa- entendida en el más amplio sentido profiláctico y cuyo eje nodal debe ser la descentralización y la profesionalización basada en dos aspectos impostergables:
jefaturas policiales provinciales -¡no de jefatura nacional!- y permanencia por resultados -bajo parámetros-controles de índice de delincuencia y seguridad ciudadana- y capacitación adecuada y sistemática enfocada en preservar vidas, seguridad ciudadana, respeto a los derechos humanos; derechos ciudadanos y, sobre todo persecución y combate -frontal- frente a crímenes (de todas índoles), delincuencia organizada y delitos comunes…

Otro esquema centralizado de Policía Nacional -como el actual-, será más de lo mismo; o peor, seguir arrastrando el lastre -histórico-estructural- de una “institución” irrecuperable como ente policíaco; pues al parecer o con certeza, el síndrome de una cultura policial viciada y proclive a prácticas excesivamente represivas -en desapego al respeto a los derechos humanos-, al desacato de salvar vidas humanas y ser negación de “auxiliar” de la justicia, se ha entronizado en sus filas, a todos los niveles, haciendo cascadas hacia abajo….

Es hora pues, de refundar el cuerpo “del orden” público desde otros paradigmas ético-doctrinario-cívicos (previo un estudio multidisciplinario -modelo policía-país- y de asesoría internacional), preservando los recursos humanos, vía una exhaustiva evaluación-depuración, recuperables, aptos y de verdadera vocación de servicio, de amor y respeto por la vida, los ciudadanos, la carrera policial y de estricto apego a las leyes; y procurando, de paso, una policía -de frontera y aduana- altamente especializada.

Salgamos de ese esquema obsoleto de Policía Nacional, y procuremos una nueva institución “del orden” descentralizada geográficamente -bajo un Consejo Nacional Rector-, aunque nos cueste recursos y empezar, incluso, de cero -vía un proceso gradual a mediano plazo-. Eso vale más que tener a cuasi sicarios como “servidores públicos” u “auxiliares” de justicia.
Digamos: ¡No más…!

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