Al enterarme de la noticia del fallecimiento de Monseñor Agripino Núñez Collado sentí un gran pesar. Una gran tristeza llenó mi corazón.
Los motivos de mi tristeza encuentran fundamento, no en la pérdida del hombre público que trabajó infatigablemente por la construcción del diálogo y del consenso en las más grandes crisis nacionales de los últimos cuarenta años. Tampoco porque fuera el artífice del bien ganado prestigio (nacional e internacional) que ha alcanzado la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, sino porque para mí y para nuestra familia Agripino era un gran amigo, casi un pariente, podría decirse.

Y es que «el padre», como solía decirle mi madre era parte de nuestra cotidianidad. Ella estuvo junto a él desde aquel 9 de septiembre de 1962 en que se dictara la cátedra inaugural en el Teatro Colón de Santiago, en la calle Beller con Sully Bonnelly, en el Politécnico Femenino Nuestra Señora de las Mercedes y, por supuesto, en el más bello campus universitario del país construido al cuidado del propio padre.

Naturalmente, como para mi madre la universidad lo era todo (o casi todo), nuestra familia creció y se desarrolló en ella. Por eso, aún el día de hoy, dos de sus hijos, continuamos impartiendo docencia allí.

Para mí la Madre y Maestra tiene el calor de hogar. En ella nací, en ella crecí, en ella me formé y en ella he tenido la oportunidad de formar a otros.

Siendo el padre el principal artífice de esa monumental obra de la academia y de la intelectualidad es natural -como lo ha afirmado el profesor Milton Ray Guevara- que se confunda la universidad con Agripino.

El trato deferente que el padre siempre le concedió a nuestra familia y, en especial a mi madre, nos hace sentir que hemos perdido a un pariente cercano y sólo nos consuela la confianza de que, por la misericordia infinita de Dios, habrán de encontrarse para que junto a Inchaustegui, Dobal, Alemán, Artagnan, Richard Bencosme, Adriano Miguel y otros tantos que se nos han adelantado a la Patria Celestial formen allí un nuevo recinto de la universidad donde – por la misma misericordia- habremos de reunirnos todos algún día.

Así aquella frase del himno de la PUCMM de que «el universo es tu facultad» se hará efectiva con todo su esplendor.

La última vez que hablé con él, hará cuestión de un año, me manifestó su alegría por mi designación como juez del Tribunal Constitucional y con orgullo expresó su satisfacción de que el pleno de esta alta corte tuviera una mayoría de egresados de su muy querida universidad.

Lamento tanto que el fallecimiento del padre Agripino, me sorprendiera en circunstancias que no me permitieran acompañar a Don Milton Ray a despedirlo como el se lo merecía. Me consuela el haber podido comunicarme con su hermano, mi amigo Jesús Núñez, y con su gran colaborador, el buen José Ramón para expresarles mis sentimientos de dolor.

Mi eterno agradecimiento a usted padre Agripino por todo lo que dio al país, a nuestra universidad y, sobre todo, por su gran trato a nuestra madre y a toda nuestra familia. ¡Hasta luego, padre!

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