Después de la Segunda Guerra Mundial y posiblemente la Guerra de Abril del 1965, a ningún Gobierno le había tocado gobernar en una crisis constante.
Veamos las crisis más recientes, la de los inicios de los 90, cuando hacíamos colas para comprar gasolina, la escasez de productos básicos era de tal magnitud que los escasos supermercados de la época era poco lo que podían exhibir en sus anaqueles. Impensable que un país productor de azúcar, los consumidores la atesoraban como el bien más preciado. Las pastas por igual.

Esta fue una crisis interna, consecuencia de un sobrecalentamiento de la economía, fruto de una política de inversión con recursos propios por parte de la administración del presidente Balaguer, que no sólo llevó la inflación al 100 %, sino que también devaluó los escasos dólares en ese mismo porcentaje

Al ser una crisis interna, pronto se pudieron tomar los correctivos; muchos dijeron que la crisis la generó el propio presidente, que al crear la enorme escasez de combustibles y divisas pronto pudo sincerar los precios frente a una población aliviada de poder rellenar los tanques de gasolina del escaso parque vehicular, adquirir combustibles para la agricultura y la producción y un flujo normal de divisas.

A partir de esa crisis, el país logró una estabilidad económica importante, se construyeron grandes obras de infraestructura que dinamizaron la economía, avenidas que hoy no son suficientes para la enorme cantidad de vehículos, pero que en ese entonces la oposición criticó fuertemente al presidente Balaguer, sobre su política de varilla y cemento, para darse cuenta pronto, en 1978, al derrotar al viejo caudillo, que la necesidad de construcción dinamizaba la economía, generaba empleos con un efecto multiplicador que alcanzaba todos los sectores económicos.

Vivimos luego un período de crecimiento y a pesar de que algunas de las guerras del Golfo Pérsico, los acuerdos de los productores de petróleo para elevar los precios presionaron déficits, fruto de la necesidad de importar combustibles fósiles, sólo contábamos con generación hidráulica, la solar y de vientos aún estaba en nuestros deseos.

En abril del 1984, fruto de una escalada de precios después de Semana Santa, la población protestó de forma tal que el resultado fue de más de 80 personas muertas en los enfrentamientos con las fuerzas del orden. Fue un período tumultuoso que terminó con la elección del presidente Balaguer.

No fue hasta el 2003, cuando de nuevo entramos en un violento desequilibrio económico, una crisis bancaria que nos costó el 25 % del producto interno bruto (PIB) y la quiebra de miles de empresas.

La llegada del gobierno del 2004, y la confianza que generó, llevó pronto la tasa de cambio del 60 al 28×1, y un período muy importante de crecimiento de todos los sectores económicos, generación de empleos y construcción pública y privada muy importante.

Como los ciclos de bonanza no son eternos, llegó la crisis hipotecaria del 2008. A pesar de no ser una crisis local, su impacto fue de tal magnitud que sacudió el mundo entero.
Desplome de los mercados bursátiles, millones perdieron sus viviendas al no poder hacer frente al pago de sus hipotecas.

A partir del 2012, el mundo goza del período más amplio de crecimiento, precios estables, flujo marítimo a tiempo y con precios, si no los mejores porque nunca lo han sido, por lo menos en una proporción.

Nos llega una pandemia que nunca soñamos, la que no sabíamos manejar, de la cual salimos como pocos con un tremendo éxito, tanto en el manejo sanitario como en el económico, con un déficit fiscal de apenas 2.7%.

Pero por aquello de que nunca falta un pelo en la sopa, o que la habilidad del presidente Abinader para seguir sorteando crisis de nuevo, nos pone a prueba de nuevo.

Nadie pensaba que en un mundo donde los acuerdos son la forma de actuar, donde la paz es más importante que cualquier logro territorial, Rusia iniciaría una guerra desalmada.

El presidente ha tomado una serie de medidas para evitar que los precios continúen en alza. Para algunos pueden resultar contraproducentes, pero lo cierto es que hay que evitar en todo lo posible mayores alzas en la canasta familiar.

La reducción de la tasa de cambio es un factor importante, porque ya hasta los pequeños empresarios pagan en dólares, con lo cual el precio de reposición debe ajustarse a lo que es la tasa en su momento y no previendo alzas futuras como se ha hecho siempre.

Hoy más que nunca es importante una comunicación permanente con el Ejecutivo, en, y especialmente en España, he escuchado que farmacias y supermercados no permiten al consumidor comprar más de un artículo para evitar acaparamiento.

Un gran amigo aconseja tener grandes almacenes regionales para poder evitar desabastecimiento. Por suerte, nosotros somos autosuficientes en la mayoría de los alimentos de la canasta familiar.

Lo más preocupante es el alza constante de los combustibles, que presionarán las fianzas del país y la de los sectores productivos y finalmente al consumidor, pero todos debemos tirar la carreta y recordar que el país es de todos.

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