Si en este país todos los políticos fueran honestos, los funcionarios honrados y los tecnócratas eficientes. Y si las leyes fueran perfectas, los tribunales justos, los legisladores capaces, los gobernadores y síndicos trabajadores, los policías civilizados y todos los ciudadanos felices y contentos. Si así fuera, ¿de qué diablos viviríamos los escribidores cuando no se produzcan injusticias, robos, desaguisados burocráticos, arbitrariedades policiales, absurdos legislativos, engaños políticos, mentiras descaradas? ¿Será posible que nos toque, precisamente a nosotros, morir de hambre en tan insoportable paraíso?

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