Es penoso tener que aceptar lo que es inevitable, como vía de liquidación del estado de barbarie en que vive Haití. Pero no hay de otra: sólo la intervención militar de una o más potencias puede poner orden en ese país y empezar a restablecer plenamente la paz y el respeto a las leyes y a la institucionalidad, mediante el establecimiento de un gobierno de mano dura. Es penoso aceptarlo, pero no hay otra manera inmediata de evitar que esa nación simplemente se disuelva en el caos. Es penoso aceptarlo, pero parece que ese pueblo, cómo toda su historia lo ilustra, sólo puede vivir bajo un régimen de fuerza.

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