Cuando uno echa la mirada atrás, hasta el mismo 1844 y su célebre trabucazo, y ve a tantísimos políticos de invariables discursos para salvar a esta Patria que, según parece, siempre ha estado en peligrosos trances (como una mujer golpeada y disputada por sus peores amantes), se resiste a aceptar que hoy, cuando ya pasaron de moda mítines, rebeliones y asonadas, y los discursos patrióticos se esparcen en cuñas de treinta segundos por las ondas hertzianas, Patria sigue teniendo el mismo tipo de amantes y resulta cada vez más difícil salvarla, porque han hecho que se la busque haciendo esquina precisamente en la Duarte.

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