El pueblo de Barahona (que he asumido desde hace más de cuarenta años como mi segunda patria chica) protesta enérgicamente por el castigo que le han impuesto, sin haber cometido una falta que lo merezca: una nube permanente de carbonato de calcio, esparcida sin ningún miramiento por los camiones que lo traen hacia el puerto desde las minas de la empresa Belfond, que desde hace tiempo depreda la loma Las Filipinas y sus quince riachuelos e invade el aire de esa ciudad, otrora respirable, sin que ninguna autoridad diga ni haga nada por los millares de afectados en su salud por esta injustificable agresión al medio ambiente.

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