En la tierra prometida - Miguel Guerrero
En la tierra prometida - Miguel Guerrero

El espíritu pionero que caracterizó el nacimiento de ese milagro agrícola que es el Kibutz; la Haganah, que después se convirtió, hombre por hombre, en el mejor ejército del mundo; y el Estado de Israel mismo, se dio también en el arte en Tierra Santa.

La Orquesta Filarmónica de Israel surgió, por ejemplo, en uno de los periodos más críticos y bajo las más insólitas circunstancias. Fue en parte obra de ese genio de la música llamado Arturo Toscanini. Con el nombre de Orquesta Palestina dio sus primeros pasos bajo la batuta del inmortal director italiano una noche de diciembre de 1936, en el poco apropiado escenario de la Feria del Levante en Tel Aviv. El espíritu pionero que cubría entonces todas las actividades en esas tierras bíblicas envolvió también a la orquesta. Durante la Segunda Guerra Mundial, sus músicos, judíos de diferentes nacionalidades, principalmente de Europa, tuvieron uno de los periodos de mayor actividad cultural.

Llevando sus instrumentos a cuestas por desiertos minados y zonas de intensa actividad bélica, bajo la dirección de hombres como Tauber y Singer, estos músicos tocaron incesantemente para los cansados combatientes aliados. En sus giras por Egipto, El Líbano y otras partes del Levante, la creciente institución nutrió su repertorio, en medio del fragor de las batallas y el horror del Holocausto, con música de Nueva Zelandia, Gran Bretaña, Australia y Estados Unidos. La incesante actividad constituyó una prueba difícil. Eran años de amargura sin promesas de un porvenir. Pero en ese trajinar la orquesta fue creciendo y depurándose.

La obertura “Scala di Seta”, de Rossini, con la que se estrenó aquella memorable noche de la Navidad de 1936, en Tel Aviv, siguió formando parte importante de su repertorio. La inmigración desde la Europa ocupada y destruid por el expansionismo nazi inyectó a la institución en los años negros de comienzos de la década del 40 más imaginación e inteligencia. Al final del conflicto era una fuente de luz en un mundo materialmente avasallado.

Su presencia en todos los momentos trascendentales de la vida nacional israelí subrayó el lugar de primacía que la música y el arte ocuparían en el Estado que resurgió oficialmente en 1948 con el respaldo de las Naciones Unidas. En la solemne ceremonia, en el Museo de Tel Aviv, con que los líderes de la Agencia Judía, bajo un adusto retrato de Theodor Herlz, firmaron una tarde de ese año la declaración de independencia, la orquestav tocó el “Hatikva”, que anunció al mundo la materialización de un sueño milenario. La experiencia de la guerra fue vivida en otras oportunidades.

Durante los meses de lucha en 1948, los músicos montaron destartalados vehículos para ir a tocar a un ejército agobiado, pero esta vez judío, a decenas de kilómetros en inhóspitos escenarios, sobre la arena o en las frías praderas en la Galilea en el norte. En la campaña del Sinaí, en la guerra relámpago de los Seis Días de junio de 1967 y aun en el periodo crítico de la guerra del Iom Kippur, donde se vio amenazada la existencia de la nación, la orquesta transportó por el aire y el desierto el espíritu de la redención que ya antes había sobrevivido a pruebas más duras, como la destrucción del templo, dos mil años de dispersión y el exterminio hitleriano. Hoy la orquesta está considerada como una de las mejores del mundo. Pero su desarrollo y crecimiento fue la labor del trabajo duro en condiciones a veces deplorables.

Uri Toeplitz, flautista de la orquesta desde su fundación hasta 1970, explicó a la revista cultural Mabat, del Instituto de Relaciones Culturales Israel – Iberoamérica, España y Portugal, la forma en que nació la Filarmónica. “En cierta manera”, dijo, “todo se cristalizó gracias al esfuerzo de Bronislaw Huberman, cuyo sueño era la creación de una orquesta en la tierra de Israel”. Según Toeplitz, Huberman logró reunir un grupo de “maestros concertistas” pero su primer problema fue amalgamar gente de tantos lugares diferentes. Había rusos, italianos, germanos, polacos, húngaros y palestinos. “Toscanini se comportó benevolente y comprensivo”, dijo el flautista, “sin manifestar ninguno de sus arrebatos temperamentales. En un comienzo no estuvo satisfecho con los sonidos producidos por la orquesta y aun cuando hablaba algo de alemán, francés e inglés, al maldecir lo hacía en italiano y le comprendíamos de inmediato”.

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