Amable Aristy fue uno de los caciques más sobresalientes de la política dominicana. El término cacique, en política, se usa para referirse a dirigentes con fuertes liderazgos, a nivel de provincias o de regiones.

Por esa cualidad, los que así son llamados lograron ser senadores por varios periodos. Augusto Féliz Matos, Florentino Carvajal Suero, Josecito Hazim y César Díaz Filpo, entre otros, forman parte de esta reducida lista. Se trata de una especie en extinción. Ahora hay figuras fuertes en sus comunidades, municipios o provincias, incluso algunos que han ganado varias diputaciones o senadurías, pero no al nivel de los caciques de antes. El poder ha cambiado y ahora es más fácil perderlo, como afirma Moisés Naím en su libro El fin del poder, y ese aspecto, la casi extinción de los caciques, es otro claro ejemplo de ese fenómeno.

Casi invicto

Amable fue candidato presidencial del PRSC en el 2008 y le fue mal, ya que ese partido había iniciado su debacle y en esas elecciones, por una serie de factores, el proceso de declive se aceleró. Él había llegado invicto a ese punto. No solo había ganado todos los procesos internos, así como los cargos legislativos a los que aspiró, sino que también se alzó con el control de la Liga Municipal en dos ocasiones, y se daba el lujo de ganar la senaduría y luego renunciar para asumir la dirección del organismo, que en ese entonces, tenía un enorme atractivo político. En su provincia, era dueño y señor, y no se conformaba con ganar la senaduría, sino que también lograba que personas de su entorno ganaran otras posiciones electivas.

Legado

Amable era así mismo, como su nombre. Es cierto que, como siempre se le enrostró, el clientelismo era su principal método de trabajar política. Tanto, que de algún modo se convirtió en un símbolo de ese tipo de prácticas. También se le reconoció su gran habilidad, su capacidad de amarre. Aunque era un político tradicional y de métodos que se supone que ya deben ser mandados a guardar, tenía un rasgo a ser imitado hasta por los más jóvenes. Era respetuoso hasta el extremo. Un caballero de la política. A él nunca se le oyó atacar a nadie.

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