Terminando esta semana, se celebraron elecciones en Perú y de medio tiempo, a diferentes niveles de cargos de elección popular, en Méjico; más adelante serán las de Nicaragua y otros países.
En Chile hubo la elección de los constituyentes que han de elaborar una Constitución en correspondencia con las transformaciones al régimen democrático de ese país.

Estas elecciones llaman mucho la atención porque en ellas desembocan los virajes que los pueblos evidentemente están requiriendo. Se trata del manejo de la crisis sanitaria que la pandemia del covid-19 ha creado y ha provocado otra tan grave como lo es la crisis económica.

Ambas crisis pueden conducir a situaciones peores de ingobernabilidad. Estamos en las puertas de una situación general para Latinoamérica, si los pueblos no ven manejos adecuados y coherentes a estas dos crisis.

De ahí que hay una especie de expectativa esperanzadora de que las elecciones sean válvulas de escape que eviten esas explosiones sociales, las cuales pueden ser angustiantes porque en sí mismas no solucionan nada.

En Colombia no se trata de elecciones, aunque su mandato termina en agosto del próximo año 2022. La impaciencia ante su gobierno puede que precipite acontecimientos.

Las elecciones celebradas, hasta este momento, y los movimientos de protestas sociales por ejemplo ese de Colombia, hablan de otra crisis que es anterior a la pandemia sanitaria y sus efectos sobre las economías. De lo que se trata es de una clara desconfianza en las organizaciones político-partidarias.

Esa desconfianza no es un tema ideológico. En estas crisis pueden ganar indistintamente partidos progresistas o conservadores. La base esencial de esa desconfianza está en otros factores. Chile es un ejemplo muy importante para ver esa desconfianza; allá fueron derrotados los de derecha, centro e izquierda.

En Colombia se les está pasando por encima o son arrastradas, las organizaciones políticas. En ese país como donde hemos visto comicios electorales recientes, es sobresaliente el surgimiento de nuevos liderazgos y formas organizadas sectoriales o de otras expresiones de la población.

Los grandes estrategas y teóricos siempre han coincidido en que los pueblos se mueven por sus intereses y contra aquellos que los afecta; no lo hacen por ideología. Los dirigentes de esas organizaciones partidarias son las que profesan posiciones ideológicas y puede, que dependiendo del contexto político, el momento sea bueno para un progresista o un partido conservador.

En cambio, lo que está ocurriendo es que los pueblos no están buscando partidos por sus ideologías, sino que confíen en ellos. Los de cualquier variedad ideológica los han engañado y no hacen, ni conservadores ni progresistas, lo que aseguran harían.
Los partidos y sus dirigentes, con excepciones, han gobernado inapropiadamente. Y es que mantienen un comportamiento de los tiempos anteriores a la revolución digital. Es decir, la cultura partidaria de “guardar la basura debajo de la alfombra”, el decir “sí” cuando es “no”; el “prometer una cosa en la oposición y hacer otra gobernando”.

Los pueblos están globalmente comunicados y se expresan en forma horizontal porque están apoderados masivamente por aquellos medios digitales, sin “intermediarios” ni puedan manipularlos diciéndoles crudas mentiras fácilmente cuestionadas con un celular.

Para que las elecciones sean válvulas de escape, los partidos deben transformar su cultura política y junto a los ciudadanos participar en el proceso democrático.

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