No me equivoco si digo que los historiadores Roberto Cassá y Frank Moya Pons, con sus monumentales ensayos “Capitalismo y dictadura” y “El gran cambio”, han registrado, conceptual y gráficamente, lo que significó, en la base económica, la dictadura trujillista y cómo, en las últimas décadas, el país ha dado un salto en término socioeconómico y estructural; más sin embargo, en la estructura política-ideológica (educación, ciencia, justicia, sistema de partidos, compromiso social empresarial, prejuicios étnicos-culturales, entre otros aspectos) persisten falencias históricas.

Y si tocamos el tema Trujillo, ya desde la conmemoración de su ajusticiamiento o, desde lo nostálgico-anecdótico -que aún se expresa-, sin abogar por una Comisión de la Verdad que, sin apasionamiento ni sesgos ideológicos, levante el velo inexplicable que ha impedido el registro exhaustivo de los crímenes de la “Era” -1930-1961- y sus perpetradores junto al sátrapa y carnicero que fue Trujillo, entonces podríamos hablar, con más propiedad y justeza, que hemos ahogado-vencido la atmósfera política-cultural trujillista que aún subsiste, respira y expresa en muchos ámbitos de la vida nacional (!y todos lo sabemos!).

Hay dos vocablos de uso corriente en políticos y algunos seudos intelectuales: Democracia y partidos; pero ambos conceptos sólo tienen significado a medias -ir a votar y el Balaguer “Padre de la democracia”-. A eso se resume; y, peor: los demás derivados de esa miseria conceptual y praxis política-sociocultural. ¡Uf!

Y el asunto es más sintomático, si sabemos que no tenemos cultura de renuncia, retiro o no pertenencia de los puestos públicos ni de los partidos políticos; es más, ni siquiera de oenegés-sociedad civil (cuasi partidos políticos u corporaciones privadas de claques políticas o familiares…).

Pero el colmo, es leer que, prácticamente, el trujillismo desapareció porque el país ya no es el mismo -avances socioeconómicos e infraestructura-, obviando sus remanentes sociopolíticos-culturales: continuismos, nepotismo, jerarquías partidarias, el “Trujillo del siglo XXI” -en arenga politiquera, precisamente, de un candidato eterno-, sistema de justicia de colindancias políticas-empresariales, ministerio público -¡y no es solo de ahora!- de seudos “independientes”, acumulación rapidísima de riquezas en actores políticos, empresariales, burócratas, claques militares y policiales, sistema de partidos filtrado, en parte, por “La Cosa Nostra” y el modelo balaguerista como “escuela política” y gestión en los poderes públicos; o, y es degradación deontológica, periodismo de bocinaje o de periferia de partidos, gobiernos, y hasta de proyectos presidenciales -todo esto último, disfrazado de “Opinión pública” o “políticos de la secreta”-. ¡Por favor! Claro que ya no somos el mismo país -¡ni que Trujillo resucitara!-, pero…, el trujillismo aun respira y escribe…, ¿o no?

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