En estos días conmemoramos el Día Internacional de la Mujer. Como todos los 8 de marzo desde el año 1975, países alrededor del mundo decidieron dedicar ese día a la reflexión sobre los derechos de la mujer. Este ocho de marzo, no participé ni en marchas, ni en huelgas, ni publiqué artículos ni envié mensajitos sobre el #DiaInternacionalDeLaMujer en las redes sociales.
Ultimamente, he tenido la cabeza ocupada con demasiadas cosas y decidí que debía centrarme; así que preparé tremenda taza de café dominicano y me senté en una silla cómoda a pasar aquel día feminista, dialogando con una mujer llamada Abigaíl.

La escritora, profesora, activista y fotógrafa Abigail Mejía Soliere nace en Santo Domingo en el 1895. A los 24 años escribía para la revista Cosmopolita, y a los 37 publicó su reconocido Ideario Feminista, en las páginas dominicales del Listín Diario, de enero a julio del 1932. Pionera del feminismo dominicano, Abigaíl fue una militante sufragista bastante enérgica. El 14 de junio del 1927 funda el club Nosotras, bajo el lema ‘Unión y Perseverancia’. Su misión era: “despertar el espíritu de solidaridad, propugnar por el mejoramiento del niño y de la mujer, y crear un ambiente favorable a todas las manifestaciones culturales”.

Ya por el 1931, Abigaíl, junto con otras compañeras feministas, andaba redactando manifiestos, emitidos desde otra organización que también fundó para promover los derechos de la mujer: la Acción Feminista Dominicana.

Fuerte, segura de sí misma y con un intelecto implacable, Abigaíl escribía como que no le importara quien la leyera. Era una visionaria, orgullosamente haciendo camino al andar. Leyéndola, siento que estoy hablando con una amiga enteramente contemporánea, aunque nos separen casi ochenta años de distancia. Bastante chistosa, con un sentido del humor irreverente e ingenioso, Abigaíl persuadía agarrándose de diversas ramas del saber como la poesía, la filosofía, la religión y la política. En el 1932, diez años antes de que las dominicanas consiguiéramos el derecho a elegir y ser elegidas, escribió: “La mujer ha sido y ha hecho todo lo que el hombre le ha permitido ser y hacer: fue reina y santa, heroína, artista, sabia, madre, mujer y muñeca… ¿Cómo no va a estar preparada para votar y hasta para hacer nada, como se hace muchas veces en el Congreso?”

Muchas mujeres alrededor del mundo atestiguan en carne propia lo difícil que es ser feminista, incluso en el año 2020. Por consecuencia, me pregunto cómo habrá sido la existencia de Abigaíl: su vida personal, convertirse en eminencia siendo tan joven y el ajetreo de liderar un activismo que abruma, aun leyéndola casi ocho décadas después de su muerte.

Para Abigaíl, conseguir el derecho al voto era una obligatoriedad. Diez años antes de ese hito, ella escribió: “Pretender oponerse a que se plante y cultive aquí, el grano que ya madura espiga, cosechada en nada menos que cincuenta y cuatro países, es tan candorosa pretensión cual la de la inútil piedra puesta en mitad del arroyo para impedir que el agua corra. Y el feminismo triunfante llegará aquí algún día, como todo progreso, un poco tarde, como han llegado los aeroplanos, los automóviles y la radio”.

En este sentido, el destino fue injusto con Abigaíl, llevándosela el 15 de marzo del 1941: un año antes de que se promulgara la Constitución del 1942, en la cual, luego de una Asamblea Revisora, concedió la ciudadanía a la mujer dominicana. Ella nunca votó, pero en gran parte gracias a sus desvelos, mortificaciones y a su atrevimiento, hoy votamos todas. No se me ocurre mejor homenaje para conmemorar el Día Internacional de la Mujer, que desmenuzar el Ideario Feminista que nos legó Abigaíl, frente a esta taza de café en pleno período electoral.

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