Mijaíl Gorbachov, el hombre que con sus reformas desheló las gélidas murallas que dividían el mundo, que encarnó el fin de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) fundada por Lenin hace cien años, quien propugnó por una cultura de paz que lo hizo merecedor del Premio Nóbel en 1990, apagó su luz, pero su enorme legado incomprendido por muchos, tiene más que nunca importancia en los oscuros momentos presentes en los que el actual líder ruso Putin, hace precisamente lo contrario con su invasión a Ucrania, en un demencial intento de reconstituir el bloque soviético cuyo desmembramiento él y otros del Kremlin nunca aceptaron.

Gorby, como afectuosamente lo llamaban, tuvo un papel estelar en uno de los acontecimientos más emblemáticos de la lucha por la libertad y la democracia, la caída del muro de Berlín, que era el ícono de la división de las dos alas del mundo, y rechazo a la violencia, tanto en este episodio como con relación a las declaratorias de independencia de las exrepúblicas soviéticas iniciadas en 1990, es ampliamente reconocida.

En agosto de 1991 mientras el último líder soviético se encontraba de vacaciones en su “dacha” de Crimea, se produjo un golpe de estado en su contra por la facción más conservadora del partido comunista, el cual fue rechazado por la población y un movimiento de resistencia liderado por el entonces líder emergente Boris Yeltsin forzó su liberación y reinstauración en el poder, a raíz de lo cual no solo continuaron declaraciones de independencia como la de Ucrania, sino el reconocimiento internacional de estas.

La desintegración territorial de la otrora todopoderosa URSS forzó la disolución de muchas instituciones soviéticas, y el 31 de diciembre de 1991 la URSS dejó de existir, sustituyéndose la bandera roja con la hoz y el martillo por la bandera rusa, lo que marcó un antes y un después para varias generaciones.

Gorbachov fue una de las figuras más relevantes del siglo XX y con sus reformas, tanto la estructural “perestroika” que buscaba abrir su economía al mercado, como la que propugnaba por mayor transparencia en el opaco régimen soviético “glásnot”, cambió la percepción de su país esforzándose por dar un rostro humano, por promover una cultura de diálogo y acercamiento que hizo habitual que tanto él como su esposa Raisa visitaran los centros de poder del mundo, y llegaran incluso a entablar una inefable amistad con el líder norteamericano Ronald Reagan y su esposa Nancy.

Gorbachov y Putin son dos caras opuestas de una misma tierra, mientras el primero siendo presidente de la URSS se negó a utilizar al ejército para preservar el Estado-Imperio que se desmoronaba, y prefirió renunciar antes que provocar una mortífera guerra civil, el segundo ha hecho de esta y el autoritarismo las herramientas principales de su cuestionado liderazgo, que en aras de perpetuarse en el poder ha socavado los avances en su país, y ha impuesto una cultura antidemocrática y desconocedora de derechos.

Como si por su prolongada enfermedad y avanzada edad no tuviera otra forma para expresarse, la partida física del que muchos bautizaron como el “Hombre que cambió el mundo” nos recuerda todo aquello por lo que este luchó y el inmenso legado que dejó, el cual por más que algunos hayan intentado revertirlo no podrán borrarlo. Las páginas de la historia le han dado el sitial que merece por haber intentado hacer más democrático y abierto su país, dejando ser libres a quienes lucharon por serlo sin propiciar baños de sangre oponiéndose a la fuerza a estos sueños, y tarde o temprano juzgarán debidamente a quienes no han entendido que por más poder terrenal que acumulen este es efímero, y lo único eterno es el juicio de la historia.

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