En los periódicos, generalmente, la sección deportiva es la que tiene más páginas, es la más leída y la primera que se pierde cuando en un rinconcito guardamos el diario dizque para hojearlo luego.

También en la pantalla chica los programas deportivos superan a los políticos o faranduleros. Igual ocurre en la radio. Hay más cronistas deportivos que de arte o de cocina. En las esquinas se discute más sobre deportes que de otra cosa. Y, para colmo, tenemos más bancas de apuestas deportivas que escuelas y hospitales.

El deporte une a las personas y a los pueblos. En el escenario se enfrentan negros y blancos, indios y amarillos, musulmanes y judíos, católicos y ateos, ortodoxos y budistas, capitalistas y comunistas… Allí todos son iguales y triunfa el mejor, el que se esfuerza, el que se entrega con amor, el que combina las individualidades con el trabajo en equipo.

Nelson Mandela expresó que “el deporte tiene el poder de transformar el mundo. Tiene el poder de inspirar, de unir a la gente como pocas otras cosas… Tiene más capacidad que los gobiernos de derribar las barreras sociales”. Totalmente cierto.
La actividad deportiva me llena de alegría; gozo todo, desde los Juegos Provinciales de Santiago hasta los Juegos Olímpicos. Y no tengo discriminación: disfruto viendo gimnasia o judo, aclarando que conozco de esas disciplinas tanto como del arameo, la lengua que hablaba Jesús.

Pronto estaremos en fútbol, en la Copa Mundial de Rusia que inicia el próximo 14 de junio. Confieso que hasta hace pocos años apenas sabía lo que era un gol y juraba que una chilena era un arma de fabricación casera.

También en mi entorno el fútbol era tabú. Recuerdo que mientras observábamos un campeonato a una compañera de trabajo le dije con aire de sabiduría que el árbitro había expulsado a un jugador con una tarjeta roja; entonces me reprochó: “Pedro, deja de hablar de política, que eso fue lo que le sacaron a los reformistas en las pasadas elecciones”.

Pero el fútbol llegó a nuestro país para quedarse y muchos ya conocemos sus interioridades. En los colegios de las clases media y alta se practica incluso más que el béisbol. La magia de este deporte nos ha contagiado.

Este mundial de fútbol me tiene emocionado. ¡Soy todo un hincha tamborileño! Y me fascina cómo narran en Dominicana, donde hasta los criollos tienen un acento sudamericano, porque sería patético eso de comentar un partido de fútbol a lo cibaeño. ¿Mis favoritos? La Argentina de Borges, el Brasil de Caetano, la España de Cervantes, el Uruguay de Benedetti, la Colombia del Gabo y la Portugal de Saramago.

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