Como diletante de la filosofía, resulta conveniente pergeñar de ahora en adelante cierta aproximación reflexiva sobre Jean Jacques Rousseau, cuyas ideas cobraron brillantez inusitada durante la ilustración, movimiento humanístico e intelectual que tuvo lugar en la centuria dieciochesca, cuando el hombre quiso emanciparse del oscurantismo e ignorancia, a través de la ciencia propiciatoria del progreso dable en libertad, igualdad y fraternidad.

De Jean Jacques Rousseau, puede decirse que nació en Ginebra, cantón de la Federación Helvética, hijo de una familia humilde, cuya orfandad le sobrevino a muy temprana edad, por lo que llevó una vida propia del azar e infortunio, de suerte que la educación adquirida fue gracia al autodidactismo, pero pese a toda desventura logró alcanzar notoriedad y prestigio académico en la sociedad europea de entonces, tras descollar en el mundo de las letras, de las bellas artes, de las ciencias, de las disciplinas filosóficas y del pensamiento crítico, suscitado durante la ilustración que tuvo lugar en Inglaterra, Francia y Alemania.

En efecto, Juan Jacobo Rousseau, antropónimo castellanizado, fue un autor que rompió el molde intelectual de los filósofos de su generación, puesto que en las obras concebidas a temprana y mediana edad la cavilación suya giró a contrapelo del pensamiento consubstancial de la ilustración. Esto así, debido a que, en dos de sus ensayos: el uno sobre las artes y las ciencias y el otro sobre el origen y el fundamento de la desigualdad entre los hombres, pudo percibirse que el modo propio de ver la realidad circundante estuvo contrapuesto a la perspectiva de los enciclopedistas.

De hecho, los enciclopedistas de la ilustración francesa erigieron como mantra que el avance de las artes y las ciencias constituye el progreso general de la humanidad. En cambio, en el caletre intelectual de Jean Jacques Rousseau, semejante aserto no era tan veraz, tras observar que las virtudes del hombre natural, tales como bondad, libertad, igualdad y fraternidad habían sido deformadas y corrompidas, por lo que preconizó como necesario que la especie humana volviera a la esencial naturaleza.

A raíz de las ideas contrarias a la ilustración, conspicuos representantes del enciclopedismo francés vieron con ojeriza a Jean Jacques Rousseau. Así, cabe traer a colación como evidencia demostrativa el hecho de que François Marie Arouet, autor conocido bajo el pseudónimo de Voltaire, quien, al recibir el ensayo, intitulado Discurso sobre el origen y el fundamento de la desigualdad entre los hombres, llegó a calificarlo como un libro contrario a la especie humana.

De igual manera, Juan Jacobo Rousseau desdijo de la ilustración, por cuanto los enciclopedistas profesaron el panteísmo o deísmo que fueron vertientes de la teología natural, basadas en el racionalismo, cuyo propósito consistió en demostrar mediante la razón la existencia de Dios, pero otros filósofos militaron dentro del enfoque ateísta. En cambio, el autor ginebrino quizás pudo sumergirse en el pietismo o fideísmo, tras afirmar que la creencia religiosa debía fundarse en el sentimiento, la sensibilidad o en el corazón.

Para este librepensador, Francis Bacon, René Descartes e Isaac Newton fueron padres de la humanidad, quienes además prohijaron el empirismo, el racionalismo y la cientificidad durante el período de la sociedad moderna, pero entendió que las glosas extraídas de sus aportes a la civilización, a la cultura y a las ciencias habían hecho daño a la especie humana, tras profesarse a partir de ahí que era factible interpretar la esencia del hombre mediante la perspectiva materialista y mecanicista.

De las ideas iluminadas durante la edad temprana y mediana, hay que precisar que cualquier deficiencia argumentativa, histórica y científica en gran medida quedó superada, tras publicarse la obra maestra de Jean Jacques Rousseau, intitulada el contrato social, en cuyo contenido hipotetizó el progreso, a través de la voluntad ideal del Estado con libertad, igualdad, fraternidad y educación.

Con esta obra maestra, publicada en 1762, Jean Jacques Rousseau dejó un legado valioso para la posteridad, tras decantarse por la democracia directa y acuñar los conceptos de soberanía popular y de voluntad general, así como las nociones de comunidad política y sociedad civil, terminologías de indiscutible vigencia en el discurso de la filosofía sociopolítica, pero también su perspectiva teórica ha sido usada para entronizar regímenes gubernamentales muy propensos hacia el totalitarismo.

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