En las memorias de Johnny Abbes García, lúgubre personaje de la nefasta era trujillista, abundan las loas al dictador y los supuestos logros alcanzados para el país. Incluso, para evadir responsabilidades, justifica las sangrientas actuaciones del tirano alegando persecuciones comunistas, cuando la historia ha mostrado con creces la verdadera versión, a través de las mismas víctimas que sufrieron sus vejaciones. La negación de tanta tragedia y exterminio humano solo se explica en la sicopatía del autor que nunca exhibe ni una pizca de arrepentimiento por todo el luto ocasionado a tantas familias dominicanas.

Entre el supuesto desconocimiento de eventos trágicos que no podían ser ignorados por él desde su cercanía u otros que impregna de falso patriotismo, llega al extremo de culpar a los que le circundaban de convertir al sátrapa en ese ser funesto al que solo su desaparición física pudo detener, luego de tres décadas de loca tropelía. Talvez esa última parte podría provocar cierta reflexión sobre, si efectivamente, hubiera sido posible un Trujillo sin trujillistas, un opresor sin oprimidos, un torturador sin ejecutores. En fin, un cantor de oprobios sin público que lo aplaudiera, lo exaltara y lo impulsara a seguir creyendo que todo marchaba formidablemente bien y que era invencible porque nada ni nadie podía derribarlo.

¿Podría haber un ídolo sin creyentes en su ideología, un amo sin vasallos o un capitán sin tropa? Parecería que no, aunque nunca lo sabremos. Lo que sí es cierto es que una bestia se forma, si no tiene domadores que la detengan y que no basta el miedo de enfrentarla, sino la valentía de ser coherente y no seguirla. Todo dirigente que se rodee de un círculo que solo asiente y sea un eco de sus deseos llega a creerse imbatible, inalcanzable y todopoderoso, por más demócrata que se precie de ser. El ego es una boa insaciable alimentada por serviles.

Además de luchar para que no vuelva otro engendro del mal como el sátrapa aquel de triste recordación, habría que procurar que no existan aquellos que, bien por conservar posiciones privilegiadas, bien por decidía, cobardía o complicidad, aúpen (o formen) otro igual. Para que un monarca quiera perpetuarse, se necesita un cetro que lo sostenga y un grupo que lo mantenga en pie dispuesto a colocarle la corona porque el payaso no existiría sin quienes le celebren sus chistes.

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