Con lo sucedido el pasado sábado en Higüey, donde un individuo agredió a tiros a su expareja pero luego, en la huida, acribilló a seis personas para al final caer abatido por agentes policiales; y lo ocurrido ayer en San Cristóbal, donde un coronel de Policía se suicidó tras emprenderla a tiros y lanzar bombas contra la casa de su expareja, se podría pensar que asistimos a un auge, un “pico” repentino de violencia y criminalidad.
Realmente no, se trata de una percepción ficticia del que llegue a creerlo así, porque no son más que episodios en una sociedad en la que las manifestaciones de violencia son tan frecuentes, que solo producen alarma hechos sobrecogedores como los dos que acabamos de referir.

Creemos que se trata de un problema más profundo, tanto que es la sociedad dominicana entera la que tiene que abocarse a una revisión de sus modelos de conducta, de su cultura cotidiana.

No es una cuestión policial, es un problema que involucra a toda la sociedad, desde la educación hasta las organizaciones civiles.

Hay que desaprender la violencia y aprender, por encima de todo, a valorar la vida.

Corresponde a las autoridades nacionales, en primer lugar, definir políticas para abordar las raíces de la violencia social que subyace en una subcultura extendida a través múltiples posibilidades que permean, en especial, a los más jóvenes.

No han faltado los que minimizan los hechos de sábado y lunes en Higüey y San Cristóbal, pretendiendo circunscribirlos y caracterizarlos, de manera abusiva, en el mero marco sentimental de la separación de una pareja o de la ruptura de una relación.

Por ese camino se aborda mal el fenómeno de la violencia social y también la de género, lo que conduce a seguir reproduciendo sus causas sin tocarlas de raíz.

El estremecimiento social provocado por estos dos hechos, para lo menos que debiera servirnos es para reflexionar seriamente en las razones por las cuales en nuestra sociedad hay cada día más violencia.

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