Haití ha estado en permanente crisis económica, política y social en todos los órdenes desde hace tiempo, pero pocas veces se ha alcanzado un clímax ininterrumpido como el de los últimos tres años.
Es tal la ebullición que el futuro inmediato resulta impredecible, algo que para la seguridad del pueblo dominicano y para la soberanía nacional representa una cuestión primordial.

Es una emergencia que amerita que todos los dominicanos, sin excepción, cerremos filas con las autoridades para la protección de la franja limítrofe y contra la indiferencia de la comunidad internacional ante una situación que puede convertirse en amenaza para la estabilidad regional.

Asistimos a un momento crucial, que obliga a deponer actitudes que no se correspondan con la coyuntura.

No es que se pretenda desnaturalizar diferencias que han pervivido a través de la historia de ambos pueblos ni violentar derechos humanos, pero respaldamos, porque coincide con la gravedad de los acontecimientos, que el Ministerio de Interior y Policía no autorizara una manifestación en el Altar de la Patria, solicitada por ciudadanos haitianos y simpatizantes de su causa.

Era una imprudencia, casi una provocación, por lo que de inmediato grupos de dominicanos llamaron a contrarrestarla, lo que habría generado situaciones desagradables.

Pero algo más, se podría entender que esos grupos actuaban como quinta columna para socavar la posición de nuestro país desde adentro, mientras desde fuera las grandes naciones solo observan cómo Haití arde.

Tampoco es válido el argumento de que hay violación del derecho a reunión y menos compararlo con la autorización a la marcha patriótica del sábado en Santiago, porque precisamente la del Instituto Duartiano fue un espaldarazo a la posición que enarbola el presidente Abinader, incluida la erección del muro fronterizo.

Toda actividad en nuestro territorio alrededor de este tema resulta improcedente, a no ser para respaldar la consigna de que no hay solución dominicana al problema haitiano, y de rechazo a la conducta práctica de los que pretenden redirigir la migración que les presiona hacia otros países, lo que en el caso dominicano es preocupante porque ningún otro es vecino de Haití.

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