“Si supiera que el mundo se acabara mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol” escribió alguna vez el predicador Martin Luther King, y traemos al presente esta frase porque la importancia de nuestros bosques para la preservación de la vida, para apostar al futuro y a nuestra supervivencia como nación es un concepto que debiera resaltarse siempre.
Puede ser comprensible que en un año de pandemia, con prioridades más urgentes como preservar la vida y combatir la expansión de un virus letal, no se hayan gestado campañas en ese sentido.
Pero creemos que la reforestación es una actividad que debiera desarrollarse siempre, sin esperar a que nuestros bosques y praderas se conviertan en páramos para comenzar a actuar.
El punto de partida tiene que ser la motivación de todos y cada uno de los dominicanos de que la conservación de nuestros bosques es un imperativo de la vida.
Plantar árboles es sembrar ecosistemas, con todo lo que ello implica, porque estas especies distribuyen oxígeno, crean barreras contra los vientos, contribuyen a evitar inundaciones, y estos son solo algunos de los beneficios que brindan a los seres humanos.
Es cierto que los resultados de la siembra de árboles no se ven de inmediato, y por eso no es agenda permanente de políticos y de los urgidos de figuración pública, pero representan una inversión vital que nuestros hijos y nuestros nietos agradecerán cuando comiencen a sacar partido de los beneficios de esa actividad encarada con los ojos en el porvenir.
Hay que hacer notar también que la reforestación constante sienta las bases de una industria maderera con visión de futuro, lo que constituiría una renovable fuente de ingresos.
Hay muchas otras razones para que la reforestación sea tomada como una prioridad permanente, por lo que queremos insistir en que se trata de dejarles a nuestros hijos y nietos un mundo, un paisaje en el que el hombre descubra en la armonía con la naturaleza las bases de una paz que merezca ser vivida.
