Hacemos nuestra la opinión de un lector que nos escribe en defensa de lo que llama “el ciudadano de a pie”, y protesta por lo que califica de brutal indiferencia con la que lo tratan en el transporte público.
Al respecto dice que “tiene que pagar un pasaje para ser llevado como un paquete, en carros de concho, o ‘voladoras’ viejas, sucias y destartaladas, sometido al trato descomedido de choferes y cobradores maleducados, que amontonan a las personas a los gritos”.

Lo peor de esa situación es que cada vez que se habla de reorganizar o de activar controles, de inmediato surgen las voces de los supuestos gremialistas, empresarios natos en realidad, que se imponen y tienen la virtud o la gracia de conseguir que todo siga igual.

“El pasajero jamás tiene representación en esa mesa de negociación, pese a ser el que sostiene ese sistema con el dinero que tiene que pagar para viajar de a dos en un asiento individual o de a cuatro en la parte trasera”, comenta nuestro lector.

Nos identificamos plenamente con su queja y con su inquietud, que más bien es un grito de impotencia.

Es que en el transporte público de Santo Domingo el pasajero es el eslabón más débil de un sistema caótico en el que a los empresarios choferiles lo único que les interesa son sus ganancias y no les importa transportar a las personas en chatarras ni mucho menos la seguridad.

Si a eso le sumamos que cada ruta de guaguas y cada ruta de concho se venden como parte de un negocio, cuando se supone que está prohibido, podemos comprender cómo funciona este sistema que enriquece a unos pocos a costa del maltrato a los que viajan.

Nos preguntamos si a las autoridades les provoca temor enfrentarse a estas poderosas organizaciones, que operan como verdaderas mafias y hasta son sostenidas por el mismo Estado con subsidios y otras “gentilezas”.

Da la impresión de que reorganizar el transporte público con el interés enfocado en el pasajero, y en su seguridad, jamás va a ser la prioridad de ningún gobierno.

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