Algunos medios de comunicación contabilizan entre finales de diciembre e inicio del presente mes de enero al menos siete feminicidios en República Dominicana; también registran para el año pasado 58 muertes de mujeres a manos de parejas o exparejas, especificado así para, por definición, darle su real connotación (asesinatos de mujeres a manos de hombres por celos, por odio, por venganza).

Es un incremento de este tipo de crímenes ante los cuales la sociedad no puede contemporizar, aunque en ocasiones las autoridades, al manejar frías cifras y cruzar los datos de un año con otro suelen insinuar conformidad ante una presunta tendencia a la baja, cuando un solo hecho de violencia de género ya es suficiente para preocuparse y conmoverse, y considerarlo un reto.

Según el siquiatra José Miguel Gómez, la gran cantidad de feminicidios que coincide con el final de un año y principio de otro, son típicos comportamientos violentos en esta época luego de las festividades, de los encuentros y la alegría, porque llegan tiempos que implican desafíos y que plantean decisiones a tomar, con el enfoque hacia nuevas prioridades.

De ahí, nos explica, se produce un despertar de la acumulación de conflictos en la vida de las parejas, principalmente en esos hombres que ya tienen el cerebro “dañado”, muchos con creencias distorsionadas y prejuicios, por lo que en lugar de enfrentar las crisis, los problemas y las adversidades de forma asertiva o emocionalmente positiva, tratan de imponerse mediante la violencia, con consecuencias desgarradoras.

Esta inquietante ola de feminicidios obliga a clamar porque se produzcan cambios culturales y de políticas públicas, los que deben comenzar por la educación porque no estamos bien, sino muy mal. (Según el Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe ONU-Cepal en 2021, son sus datos más recientes, de 11 países de América Latina la República Dominicana solo estuvo por detrás de Honduras, medido con una víctima de feminicidio por cada 100,000 mujeres).

Una calamidad, barbaridad o como quiera llamársele, porque no hay calificativo posible. También resulta deleznable que sigamos viendo la manipulación pública de cadáveres, con la que se revictimiza a las mujeres agredidas cuando se exhiben sus cuerpos inertes y con textos que relativizan o perpetúan la desigualdad de géneros.

Debemos repensar las profundas desigualdades que perjudican a la mujer. En esta sociedad inmersa en reglas machistas su defensa, su protección, no deben ser una cuestión coyuntural u ocasional, de “picos” o de “repuntes”, sino permanente.

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