Lo ocurrido entre el sábado y ayer lunes con la masiva asistencia de adolescentes a los centros de vacunación, resultó algo asombroso, aleccionador y alentador.
Fue de tal magnitud la concurrencia, que se puede adelantar que las poco más de 200 mil dosis que llegaron de Pfizer terminarán siendo algo así como una pequeña muestra y su pronto agotamiento va a presionar el arribo de nuevos lotes para la aplicación de la segunda dosis.

Ha sido una jornada histórica porque no se puede medir solo por la abrumadora presencia de niños y jóvenes de edades comprendidas entre los 12 y menos de 18 años, sino porque como telón de fondo tenía algo que trasciende a la acción misma de la inoculación, y es que ellos no andaban solos.

La presencia del padre, la madre o del tutor legal evidencia, lo que debiera ser motivo de otra lectura o estudiado aparte, la existencia de una paternidad responsable, además del reflejo de que en la mayoría de los hogares dominicanos existe un cabeza de familia con autoridad y prestigio suficiente como para guiar a sus hijos hacia lo que consideran mejor.

Otra de las lecciones que deja el hecho de que los jóvenes se hayan volcado hacia los centros de vacunación, es que tenemos una adolescencia deseosa de apostar por la vida y de ahí el entusiasmo exhibido.

Por momentos aparenta que todo se ha perdido, principalmente por el fuego cruzado de mensajes de desaliento a través de medios masivos de comunicación y de la magnificación de situaciones negativas y de la mala conducta de una que otra figura pública, de esas que dañan y que hacen más mal que bien, pero resulta que no es así.

El hermoso escenario de millares de adolescentes, de forma paciente y ordenada, que hicieron su turno sin reclamos destemplados y mantuvieron su compostura, con sus progenitores de acompañantes, deja ver que además de padres con sensatez contamos con una juventud que se informa, que confía en la ciencia y enarbola la bandera de la vida.

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