La literatura dominicana tiene algunos nombres centrales, entre estos está Manuel del Cabral, poeta y prosista iconoclasta y algo narcisista que, por mucho tiempo fue (quizás lo sea todavía), el poeta dominicano más conocido en el extranjero. Manuel nació en Santiago de los Caballeros en 1907, hijo de don Mario Fermín Cabral, famoso político dominicano que presidía el Senado de la República cuando se le cambió el nombre a la capital por el de Ciudad Trujillo.
Su padre lo quería abogado, Manuel se hizo poeta. No era bueno para clases formales, apenas se hizo bachiller. Al padre le escribe, en una famosa carta: ¿Qué más quieres de mí? ¿Qué otras cosas mejores?// Padre mío,// lo que me diste en carne te lo devuelvo en flores. // Estas cosas, comprende, ya no puedo callarte.// Yo, como el alfarero con su arcilla en la mano,// lo que me diste en barro te lo devuelvo en arte.

Pero Manuel del Cabral no nació con el “del”, su nombre de pila era Manuel Cabral, solamente. Resulta que siendo joven y con un libro publicado viajó a la capital de la República y se encontró que “existía una mano versificadora, un poeta que llevaba mediocremente mi firma y por todas partes aparecían versos sin estatura de Manuel Cabral”. Razón por la cual, para diferenciarse “de aquel bastardo homónimo fabricador de versos”, le agregó el “del” a su nombre. Poéticamente lo dijo así: Hasta ayer, Manuel Cabral,// hoy también…, mas con el del…,// para no escribir// tan mal// como aquel// Manuel// Cabral (Historia de mi voz: 30-31).

Entre los textos en prosa que escribió don Manuel (siempre prosa-poética), está “Chinchina busca el tiempo”, cuya primera edición mimeografiada fue de 50 ejemplares en el año 1940. El estilo y redacción del texto hace recordar, inmediatamente, a “Platero y yo”, de Juan Ramón Jiménez.

Chinchina es una niña ideal de siete años, que representa la inocencia de la infancia que va descubriendo las cosas (Ya ves, no te puedo tocar. Te hablo, te huelo y aún tengo que inventar tu nombre que todavía no me sabe a Chinchina).

El libro se compone de una serie de reflexiones y monólogos entre Manuel y Chinchina, con unas cien entradas dividas en tres capítulos. Entradas cortas y con alguna referencia a la transparencia, con la descripción de alguna colorida y limpia imagen y con fáciles y logradas metáforas. Además de contener un “vocabulario simple, cotidiano”: Chinchina viene hasta mí asustada, temblando, fría, limpia (…) Ella grita, llora, ha tirado una piedra en el estanque; su mano ha roto el cielo!

Este libro, sin dudas, no tiene “la prosa brillante” del Platero de Jiménez y está, obviamente, menos pulida y trabajada, pero llega hondo si se lee temprano, en la infancia. El punto es que don Manuel parecía muchas veces un “repentista” al que se le caía la poesía, pura poesía, como en el texto de Neruda sobre las palabras, de las barbas, de la ropa; le brotaba por la piel. Recomendamos, como literatura infantil, este texto del gran Manuel del Cabral.

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