En las décadas de los 70, 80 y 90 -aunque en menor medida-, estuvo activa y presente una pléyade de intelectuales y académicos que hicieron del ensayo socio-histórico y periodístico, a través del análisis de coyuntura o de factura sociohistórica, aportes invaluables a una tradición ensayística de actualidad, prácticamente ya desaparecida. De ese activismo de análisis académico, histórico, sociológico o de coyuntura sobre nuestro devenir histórico y su perspectiva -a corto o mediano plazo-, el país pudo edificarse, a pesar de las diferentes atmósferas sociopolíticas prevalecientes (de avances o retrocesos).

La cúspide de ese espectro académico, científico, político e ideológico recayó en figuras políticas -o de esencial preocupación e interés científico- como Juan Bosch, Juan Isidro Jimenes Grullón, José Israel Cuello, Antinoe Fiallo, Dore Cabral, Franklin Franco, José Oviedo, Roberto Cassá, Frank Marino Hernández, Isis Duarte, Frank Moya Pons, entre muchos otros. En adición, también, la de una tradición o camada de periodistas de denuncia e investigación cuya lectoría e influencia pública recayó en Orlando Martínez, Rafael Herrera, Emilio Ornes, Gregorio García Castro, Rafael Molina Morillo, Radhames Gómez Pepín; y muchos otros que, incluso, pagaron con sus vidas ejercer un periodismo contestatario o de compromiso social ante los desmanes, excesos y atropellos del poder -1966-78-. Lógicamente, la antesala o telón de fondo de todo ese despertar, fue, sin lugar a dudas, la caída de la dictadura trujillista, la llegada al poder del Prof. Juan Bosch y el movimiento Renovador (Universidad Autónoma de Santo Domingo en contra de los remanentes político-ideológicos hegemónicos del trujillismo en las instituciones y los poderes públicos que a su vez generó libertad de cátedra y libertades públicas).

El anterior preámbulo histórico, lo hemos traído a colación al leer la carta-respuesta del historiador José Chez Checo a la carta de la historiadora Mu-kien Adriana Sang Ben a raíz del ingreso-aceptación del General (R) Ramiro Matos González a la Academia Dominicana de la Historia, lo que ello implica en términos éticos y papel jugado por el militar en acontecimientos histórico-políticos de relevancia que, en cierta forma, no debieron soslayarse ya que pudieran inscribirse en violaciones a los derechos humanos que contravienen principios inviolables consagrados en convenios internacionales de los que el país es signatarios.

En fin, la controversia, aunque salpicada de insultos y descalificaciones -la carta de Chez Checo-, trae sobre el tapete, de alguna forma, el viejo debate o rol de los intelectuales ante el compromiso social o la pura evasión política-ideológica que, por más que se quiera evadir, lleva el sello político-ideológico de lo que somos, hacemos, decimos y escribimos desde la academia, la ciencia, el arte, la opinión pública o cualquier expresión o actividad humana. De modo que no hay, ni hubo, en la historia de la humanidad, ningún ente social, en cualquier estadio de su evolución, que no refleje esa pertenencia ya desde el clan, la tribu o las clases sociales. Incluso, hasta el más enclaustrado monje tibetano responde a una doctrina o filosofía de vida que expresa una postura política -de renunciación o evasión- ante el mundo. Igual sucede con el que asume, por auto-engaño o conveniencia, lo puro “académico” obviando el mito-mentira que tal postura encierra.

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