En Occidente se habla tanto de felicidad y de ser felices que la idea parece fin supremo de todas nuestras acciones, el ideal que debemos todos perseguir. Se la entiende como presencia reiterada de emociones positivas como alegría y placer. Las emociones positivas se identifican con la felicidad, mientras que las negativas connotan infelicidad. Pero este enfoque obvia que las emociones negativas son parte de la vida y hasta le dan sentido. Cosas como procrear y criar hijos, resolver problemas complicados, toparse con obstáculos y dificultades en el camino, emprender nuevos proyectos, implican dosis de emociones negativas, descontento y desagrado. Debe redefinirse felicidad como sensación de satisfacción general –consciente- con nuestra vida, estado, que supone frecuentemente incomodidad, desagrado y molestia.

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