La corrupción había sido tan normal en la vida nacional que ni figuraba como tema de debate o preocupación del pueblo.

Como resultado de una época que no tiene regreso, las formas de tragarse los recursos públicos han sido tantas, que el Ministerio Público parece insuficiente o impotente para abordar tantos casos de hechos y cohechos de malversación y distracción de los fondos públicos en contra de las realizaciones pendientes que tiene este país y que todas van en contra del bien común.

La ciudadanía parece cambiar en República Dominicana, los grupos de presión y la sociedad civil han asumido una postura vigilante frente al manejo de la Cosa Pública. El hecho de que se haya colocado un Ministerio Público independiente, y que el mismo está haciendo investigaciones sin sesgos políticos, y sin impunidad, es fruto de la voluntad popular y del compromiso de una ciudadanía activa, que apuesta a poner ejemplos de decencia la vida pública nacional.

La corrupción e impunidad son males que laceran la vida social, distraen la posibilidad de mejorar la salud, educación, agua potable y electricidad. Desde el Estado, por años, se articuló todo un consorcio mafioso orientado a estafar la sociedad y apropiarse de los bienes públicos. En medio de este panorama desconcertante se hacen esfuerzos para dignificar la función pública y así se reivindica e imita el ejemplo de Ulises Francisco Espaillat.

Hay que seguir profundizando el comportamiento cívico del ciudadano dominicano y los servidores en el Estado. Se requiere una limpieza social para extirpar el cáncer de la corrupción. La utopía de Espaillat sigue con toda su validez social y contribuirá a superar los fallos de una sociedad que parece disfuncional, pero que se orienta a un nuevo renacer con la conciencia construida en Marcha Verde, Plaza de la Bandera y los Cacerolazos.

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