Tiempo atrás compartimos en esta columna algunos aportes sobre la Educación Ciudadana como elemento vital para la creación del capital social que conduce al desarrollo comunitario. En ese momento referimos que todo esfuerzo educativo debía tener como objetivo formar al ciudadano para participar activamente en el desarrollo de su comunidad. Siguiendo la misma línea, en estas cuatro entregas enfocaremos el tema del Voluntariado: su rol en la creación del capital social, su profesionalización y los estilos éticos de la acción voluntaria. Las reflexiones del Dr. Domingo Moratalla, profesor de Filosofía Moral y Política de la Universidad de Valencia, servirán de base a nuestra reflexión.

Siempre he pensado que en nuestro país tenemos un largo camino que recorrer en el ámbito de la acción voluntaria. Sociedades con larga trayectoria democrática, y que han enfatizado la Educación Cívica en sus programas de estudio, han logrado convocar la voluntad de sus ciudadanos para integrarse a alguna acción específica en beneficio de su comunidad. Es bien sabido que lo más importante para una persona consiste en sentirse que puede aportar algo a su comunidad. Esto fortalece su autoestima e incide directamente en el desarrollo de ambos.

Uno de los rasgos que define la acción voluntaria es precisamente la voluntad de participar. El ciudadano que elige tomar parte y ser miembro activo de una organización, aporta no solo una parte de su tiempo, sino que se identifica con la institución a la cual se entrega. Así, las organizaciones cívicas son espacios no solo de participación, comunicación y transformación social, sino también para la vivencia de valores compartidos. Tal como refiere Domingo Moratalla: “no solo echan una mano, sino que proyectan juntos una vida”. (Hábitos de la ciudadanía activa. De la democracia escrita a la democracia vivida, p. 43).
Indudablemente, plantea un horizonte ético que beneficia tanto al ciudadano como a su comunidad.

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