Algunos a ellas la llaman la muchacha de servicio, los más moderados, la doméstica o la que hace los oficios; mientras que otros, de manera despectiva, la sirvienta, la cachifa y hasta “la chopa”.

Pocos conocen su nombre de pila, para todos, ella solo es Nena, la Morena o la Prieta; o el diminutivo de algún nombre de dos sílabas que no se sabe si es apodo o es el real.

Así, con origen desconocido, transita sin apellidos ni abolengo, conviviendo, entre la casa de los dueños y la vivienda cuya ubicación es aún una incógnita a pesar de los años transcurridos desde su ingreso de la que lo único que se sabe es que hay que darle para transporte de ida y de vuelta.

Resulta increíble que se tome más tiempo en elegir unos zapatos que se piden por internet que en el cuidado de conocer a quién se le ha dejado a cargo nuestros hijos. De hecho, se descubre que ella también los tiene, si acaso falta un día porque alguno se le enfermó.

Es la asistente silenciosa que, sin ser familia, sabe todos los movimientos del hogar y los secretos de sus ocupantes. Se olvida su presencia cuando se trata algún tema delicado porque es poco menos que un cuadro colgado en la pared que, a base de costumbre, todo el mundo lo da por sentado y lo ignora.

Trabaja sin pausa al ritmo de las necesidades de los dueños, no tiene derecho a enfermarse sin que se le acuse de perezosa o haragana.

Molesta que, para entretenerse en los quehaceres, tenga preferencia por oír bachata, como si de gustarle Beethoven estuviera ocupándose de la casa de otro.

Atiende los antojos de los muchachos, les recoge sus regueros, friega todo cuanto se ensucia y tolera los cambios de humor del don que dependerán de cómo le fue ese día en la oficina.

La doña es otro tema porque oscila entre comprensión y exigencias, al ritmo de sus propios problemas; después de todo, cada cual tiene sus preocupaciones, solo ella tiene que aguantárselas, sin quejarse, so pena de ser acusada de ingrata.

Su presencia y manías son motivo de conversación entre las damas, su ausencia, la alteración de la rutina del hogar porque, al igual que la riqueza o la salud, nadie sabe que la tiene, hasta que la pierde. Merecen un trato digno y el pago justo por sus servicios, pero, sobre todas las cosas, ser tratadas como personas y no como un mueble que es conveniente al que se le desecha cuando deja de ser útil.

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