Era la medianoche del 26 de diciembre del año 2000 cuando la sangre del general retirado Juan René Beauchamps Javier brotaba de su cabeza tirada sobre el pavimento de su finca, ubicada en Nagua, María Trinidad Sánchez, al noreste de República Dominicana.

Un disparo certero en la frente le había quitado la vida. Una mujer que lo acompañaba había sido abusada sexualmente y objetos de valor habían sido sustraídos del lugar, entre ellos, el fusil que utilizara Francisco Alberto Caamaño Deñó durante el desembarco por Playa Caracoles en 1973, el cual había sido uno de los trofeos que el general celosamente conservaba.

General retirado Juan René Beauchamps Javier

¿Quién habría querido matar a quien fuera uno de los hombres más poderosos durante los 12 años de Joaquín Balaguer? ¿Por qué se llevarían el fusil del Coronel de Abril?

Todos señalaban a un hijo de Caamaño que había viajado a Cuba, según archivos de la prensa de aquella época.

Ya se estaba tejiendo que el móvil era la venganza a nombre del héroe nacional de 1965. No obstante, no había pruebas de nada. Solo hipótesis y teorías conspirativas.

En aquellos días, tres crímenes sin aparente vinculación habían pasado desapercibido en el país.

El asesinato de un canadiense llamado Robert Hepier, el hallazgo del cadáver de una mujer nombrada como Guadalupe Méndez y la desaparición de su hija.

Estos hechos habían sido registrados, pero al parecer no eran la prioridad para la Policía Nacional en ese momento, pese a que la mujer que fue testigo de la muerte de Beauchamps Javier había otorgado a las autoridades una descripción detallada del criminal.

«Un hombre bajo de estatura, de tez india, delgado, con un pequeño bigote y con cabello crespo…»

Era la misma que ofrecían familiares de la madre encontrada en unos matorrales en estado de putrefacción y de su hija desaparecida, quienes acusaban a su pareja de ser el responsable de los hechos.

Atando cabos

La bala encontrada en la cabeza de Beauchamps Javier era la misma hallada en el cuerpo del canadiense, quien fue asesinado en su residencia de forma similar a la del general retirado.

La pistola era la misma que había sido vendida a un tal Ángel Martínez Candelario, alias Angito.

Angito, el asesino de Beauchamps Javier.

Es en ese instante que la Policía Nacional ata los cabos del caso y da rienda suelta al mito y el morbo que se desencadenaría durante un año debido a la persecución de un hombre que fue comparado hasta con el legendario Enrique Blanco, un forajido que puso en zozobra a la Era de Trujillo durante los años 30′.

Angito se escondía por el día y salía a cazar por las noches. Vivía en cuevas y montañas para tratar de esquivar a las autoridades.

Era un sicópata, violador y asesino serial a sangre fría que sembró el terror en la zona nordeste del país, especialmente en Nagua y Cabrera.

Su pareja Guadalupe Méndez fue asesinada a palos y su hija (hijastra de Angito) violada y ultimada también a garrotazos, solo porque esta quería abandonarlo debido a las reiteradas agresiones.

Y es que tras haberlas asesinado, Angito comenzó un frenesí de robos y atracos en residencias de zonas aledañas que culminaron con la muerte del ciudadano canadiense y del general Beauchamps Javier, lo que inemdiatamente provocó su notoriedad ante la opinión pública.

Angito, el mito

Los campesinos decían que lo habían visto transformarse en un caballo, otros decían haberlo visto volando en una escoba; en fin, todos tenían versiones extrañas y habían hecho de Angito una leyenda criminal.

Al tomar posesión como director de la Policía Nacional, Pedro de Jesús Candelier prometió que utilizaría todos los recursos para atrapar al «cuco» que provocaba pesadillas a los habitantes del nordeste.

Pedro de Jesús Candelier, exdirector de la Policía Nacional

Era sabido que Angito poseía un apetito sexual descontrolado y que por las noches contrataba trabajadoras sexuales con el dinero que robaba durante los atracos.

Arresto

Una noche, en pleno acto sexual con una mujer «alegre», Angito fue sorprendido por las autoridades y herido de bala en una pierna.

Al otro día fue mostrado ante la prensa por Candelier como un trofeo, en el mismo lugar donde enterró el fusil de Caamaño y ante la satisfacción de todos.

Sin embargo, Angito nunca más salió reseñado en la prensa dominicana y no fue hasta marzo de 2006 que fue condenado a 30 años de cárcel, sin que la opinión pública señalara el lugar de su reclusión.

En Google aparece muy poca información de aquellos hechos y ni siquiera fotografías de archivos aparecen al respecto, por lo que las nuevas generaciones desconocen totalmente este hecho que conmocionó a la República Dominicana.

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