La emergencia sanitaria, que duró buena parte del año 2020 y todavía no termina, nos separó de nuestras relaciones, afectos y de la rutina diaria, a la que estamos acostumbrados. La tecnología digital nos ha permitido mantener una comunicación a distancia a través de los móviles, video conferencias, y reuniones virtuales. Estos medios, si bien muy convenientes, no reemplazan la comunicación a la que los seres humanos estamos acostumbrados desde tiempos inmemoriales: el contacto personal, donde podemos intercambiar mil un mensajes, además de palabras.

Este tipo de crisis puede poner a los sistemas democráticos en muy mala luz, pues las respuestas sociales pueden resultar desorganizadas y poco solidarias, debido al inescapable conflicto entre las decisiones individuales y sus consecuencias sociales.

Recientemente fui testigo de la inconformidad de muchos sanitarios españoles que se quejaban de tener que trabajar jornadas agotadoras y arriesgadas, para cuidar y salvar la vida de personas que decidieron actuar irresponsablemente. En contraste, los regímenes que ejercen un fuerte control social imponen de manera eficiente medidas de conductas, que sí están bien pensadas, obligan a un comportamiento individual compatible con los objetivos sociales. Algo que preocupa en círculos dedicados al análisis social es la utilización por dichos regímenes de dichas tecnologías para dar seguimiento a los infectados y al comportamiento social durante la pandemia, para ejercer un mayor control sobre la libertad individual, una vez terminada la crisis.

Pero hay un asunto que a los dominicanos nos debe preocupar, pues está más cerca de nuestra realidad. Las crisis causadas por terremotos y otros desastres naturales al igual que esta epidemia ponen en evidencia las carencias de los sistemas sociales. Nos traen a la vista de manera inescapable la pobreza, las desigualdades existentes, pero convenientemente alejadas de la vistas de muchos. Los gobiernos han optado por desarrollar planes de ayuda social para paliar la situación y evitar que la situación social pase a mayores. Un respetado amigo economista me decía hace algunos días que el gobierno dominicano no tenía otra opción que continuar tomando prestado, a pesar de su relativo alto endeudamiento, para salvar la crisis. Sin embargo, algo que nos resultó verdaderamente impactante fue ver en las redes sociales las celebraciones en algunos barrios de la capital y del interior, no porque se bebiera alcohol en exceso y luego de la celebración aquello quedara como un gran basurero, sino que debajo de dichas “celebraciones” se expresaba un desafío a la sociedad, típico de las personas que se sienten excluidas y que por carencias educativas las expresan de esa manera. Es para preocuparnos y sobre todo ocuparnos. Es una tarea pendiente más allá del manejo de la presente crisis, de la que hablaremos más adelante.

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