Uno de los colectivos más tensionados a lo largo de la pandemia ha sido la comunidad educativa

Los profesores se vieron arrastrados de un día para otro a realizar adaptaciones urgentes en la planificación y reorganización de sus clases para cumplir los exigentes protocolos sanitarios que reducían el riesgo al contagio y, al mismo tiempo, mantener garantizado el derecho al acceso a la educación.

El esfuerzo ha sido titánico y las restricciones muchas. Se suspendieron gratificantes actividades educativas y de socialización: excursiones, fiestas del colegio, convivencias, graduaciones, etc. La vida cambió de golpe para todos, según la psicóloga Raquel Tomé.

Padres, profesores y alumnos tuvieron que colaborar a una adaptación rápida en una situación de alta incertidumbre. “El reto no resultó fácil. Debemos ser conscientes de ello, porque lo que definimos como la “nueva normalidad” está aún gestándose, ya que estamos sometidos a cambios permanentes y a factores estresantes continuados”, expresa.

Resiliencia en las aulas y desafío para la comunidad educativa

Y, esto es lo que la APA (American Psychological Asociation, 2009) define como resiliencia: “Las habilidades que tenemos para adaptarnos al estrés y a la adversidad”. “Las personas no siempre somos igual de resilientes o igual de vulnerables. Influyen los recursos internos y externos de los que dispongamos”, explica.

Este conocimiento debe ser tenido en cuenta a la hora de considerar el profundo impacto emocional de la pandemia en la población en general y en especial en el colectivo educativo, pues hemos constatado, alarmados, como ha empeorado drásticamente su bienestar emocional y salud mental.

Para hacernos cargo de lo vivido y del gigantesco desafío asumido por la comunidad educativa, Tomé, de manera somera repasa las dificultades enfrentadas: un estado de alarma donde todos nos confinamos y sólo se impartían clases online; la transición en la reanudación del curso en escuelas y universidades con el temor a que se produjera un repunte de los contagios y la clausura de las aulas; combatir la idea de que eran los menores los grandes transmisores, después desechada; y la llegada de la vacunación con el levantamiento de medidas restrictivas que cambió la dinámica de trasmisión y puso el foco en los más jóvenes. Si lo pensamos con detenimiento vemos que los cambios han sido continuos.

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