El monarca Gustavo III estableció en Suecia en 1772 el despotismo ilustrado, concentrando en su persona todos los poderes. Se acompañó de una élite de comerciantes, empresarios, militares, artistas e intelectuales con ansias de participar en el reparto del mundo y en los atractivos mercados coloniales. Los suecos fueron y son un pueblo instruido y culto, en ese tiempo imbuidos por el espíritu ilustrado fueron viajeros excepcionales, botánicos, geógrafos, naturalistas que buscaban ansiosos el conocimiento y novedades que surgían en cualquier rincón del planeta. Durante el siglo XIX desarrollaron una estimable literatura atraída por las guerras coloniales de los lejanos mares, la ostentación de las metrópolis alimentadas por la trata humana, la opulencia natural de las tierras exóticas, la nueva fauna y la flora descubierta, en fin, una literatura viajera que en Escandinavia era leída con apetencia y avidez e impulsada por la increíble diversidad de un mundo en transfiormación.

El interés de los comerciantes suecos en las economías coloniales suscitó a la monarquía a participar como aliada política de Francia en la independencia de las trece colonias, y con ello a construir una empresa comercial que llegara a la región del Caribe, aunque para ello debía adquirir al menos una isla. Durante largo tiempo mantuvo conversaciones con Luis XIV, tendentes a obtener alguna de las pequeñas Antillas a cambio de concesiones comerciales en el mar Báltico. Aunque aspiraban a obtener Tobago, pronto logró entender que no podía exigir tanto; sin embargo, finalmente los franceses cedieron la isla de San Bartolomé.

En 1784 iniciaron los preparativos para tomar posesión de la isla. El Consejo de Gobierno estudió toda la información disponible reunida y propuso los ejes fundamentales que regirían el funcionamiento de la nueva colonia. El primero, que debía ser una isla que actuase como puerto libre para las naves de cualquier reino o nación y que pudiesen entrar libremente, para vender, comprar e intercambiar mercancías, lo que proporcionaría a Suecia ventajas comerciales indirectas. En tiempo de guerra, el puerto sería refugio de navíos para protegerse de corsarios y que pudieran proveerse de víveres y agua, pauta aplicada en todos los períodos bélicos del Caribe en el siglo XIX. Del mismo modo, pretendieron involucrarse en la trata humana que era una jugosa fuente de ingresos, aprovechando el lucrativo comercio de las otras potencias.

La explotación de San Bartolomé quedó en manos de la Vastindiska Kompaniet (compañía de las indias occidentales) constituida en 1786. Desde 1790, se declaró puerto libre y los esfuerzos colonizadores suecos se concentraron en la bahía de Carenage, donde se erigió Gustavia, la capital de la colonia que al comienzo no la habitaban más de una veintena de personas. Dos años más tarde sobrepasaba el medio millar y este número pronto se duplicó. Los principales recursos de la colonia eran la pesca, el carenaje de navíos y la crianza de ganado, amén de un importante trasiego comercial regional y atlántico.

En un informe enviado a Estocolmo en 1790, el gobernador comentaba que los partidarios de la Revolución Francesa se mostraban muy activos en las pequeñas Antillas y agregaba que numerosos revolucionarios desembarcaban en la isla e incitaban a la revuelta. En el curso de las guerras de las monarquías contra la revolución en Europa en 1793, se produjo un grave incidente de las autoridades isleñas con la flota británica, pues los suecos trajeron desde Escandinavia 300 mil libras de pólvora para vender al mejor postor y los ingleses, no conformes con este negocio, capturaron el buque que además llevaba armas y su cargamento fue vendido sin remisión en Londres. Los siguientes gobernadores, entrado ya el siglo XIX, se quejaban reiteradamente de los abusos de los corsarios ingleses y franceses y de que los Estados Unidos habían cerrado sus puertos a todas las naves procedentes de San Bartolomé. Del mismo modo, estos informes recogían que a la isla llegaban conspiradores y fugitivos de diferentes lugares de la América española.

La política de neutralidad en tiempos de guerra y los estímulos al comercio de tránsito, permitieron un incesante crecimiento de la economía debido al enorme volumen del comercio con el Caribe y los Estados Unidos. Para estimular el crecimiento económico, sus autoridades favorecieron la naturalización de todo habitante que residiera en ella por más de un año. No obstante, en 1801, la armada británica la ocupó para castigar a Suecia por ser neutral en las luchas de las monarquías contra Napoleón en Europa y obligaron a sus habitantes a jurar lealtad al rey de Inglaterra, detuvieron sus autoridades y confiscaron todos los bienes de la compañía sueca. Los ingleses devolvieron la isla un año más tarde.

En 1805, el estado sueco asumió las operaciones comerciales y bajo su gestión hubo un fuerte incremento comercial con las islas vecinas y el norte del continente, al tiempo que la Nueva Granada y Venezuela aportaron ingentes cantidades de mercaderías de contrabando con destino a las grandes islas. Años más tarde, nuevamente los británicos castigaron la colonia sueca por su cercanía a Francia y durante el ciclo revolucionario de la América española, entre 1810 y 1825, San Bartolomé fue usada por Inglaterra como un instrumento político frente a las nuevas republicas iberoamericanas. En esta época, la isla alcanzó más de 5500 habitantes.

Una vez abolida la esclavitud en 1847 y tras negociaciones tentativas que se prolongaron por décadas con Francia, esta aceptó comprar su antigua colonia, aunque en una cláusula del contrato se añadió que se consultara a la población sobre el asunto. El plebiscito, en el que participaron 351 ciudadanos con derecho a voto, obtuvo un resultado de 350 a favor de volver al dominio francés y solo un voto a favor de permanecer bajo la autoridad sueca. Por ello, el 16 de marzo de 1878, Suecia hizo entrega de la colonia a las autoridades de la nación francesa.

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