Pareciera un título de una novela policiaca con un toque de chivateo, pero no. Lo que pretende este artista puertoplateño es que tu mente viaje a su ciudad mientras te bebes un cafecito negro en un jarrito, lo que parece una autorrecomendación sabiendo, el que lo conoce, que es un escapado de La Novia del Atlántico y que fue a parar a Miami sin ser firmado por los Marlins, abandonando un verdadero paraíso.

Y si ha vuelto, no fue ni la bicicleta, ni sus chancletas quienes lo trajeron. Vino por la fuerza del agua y las casas que quisiera petrificar en el tiempo tal y como lo hizo el dr. José Augusto Puig y quizás sin saberlo, ambos, guiados por aquella idea que tuvo Hostos en 1871 y que dejó por escrito:

“…La abundancia de palmeras y otros árboles en el interior y en el exterior de la ciudad, concierta de un modo tan pintoresco con el aspecto primitivo del bohío indígena y con las construcciones de arquitectura colonial y el color verde oscuro y verde claro de los vegetales y los montes contrasta de una manera tan efectiva con el color serpentino de muchas techumbres, o con el blanco amarillento de muchas fachadas de mampostería, que es imposible dejar de experimentar el agradable efecto que yo sentí cuando al doblar el mogote de la entrada, y al alejarse del fuerte ruinoso que lo domina, el buque fondeó frente a la ciudad…”

Es posible que sea la misma fuerza que inspiró a Camilo Carrau cuando realizó aquella serie de dibujos, la que ha mantenido como una poción mágica a Rafi Vázquez en su quinta cercana al mar. Aunque a Ray se le conoce, puede ser para diferenciarlos, como “el americano”, nadie le ha confundido con “el americano feo” sin que eso signifique que sea “el bello”.

Ya en una primera muestra, Ray dio el salto que le tomó una vida entera para decidirse y a pesar de su entrada en el umbral, como si fuera prohibido el paso, pasó con sus acuarelas de las que quedé deudo. No se puede decir que aquellas fueron un ejercicio de calentamiento para lanzarse en grande con otro medio que es caprichoso y rígido como un caballo salvaje.

Las acuarelas vienen de su formación de arquitecto y le dan la mano para que la libertad se apodere de ella y naveguen juntos en los charcos de colores y los matices logrados en el mismo sendero que el primo.

Es muy difícil para alguien que ha hecho de la rigidez del trazo arquitectónico derretir las formas, presentarnos el patrimonio de viviendas como si fueran reflejo de un futuro que amenaza con cerrarle el paso para siempre.

Fascina la variedad, la sencillez que reduce a trazos imprescindibles una visión que es parte nuestra, un pasado que se eterniza, que contagia de orgullo a todos los que les ha servido como referencia para no perderse en el laberinto de la vida. El puerto Plata de ayer y de siempre se queda en nosotros en las acuarelas de Ray y ahora en sus acrílicos y jarritos.

Las acrílicas presenta un reto mayor, se nota la incursión experimental y que Ray, al parecer no teme. El caballo ha dado paso de obediencia y el jinete se avisa decidido a domarlo.

Los setenta laberintos de Ray le dan licencia para descifrar el juego del arte, la magia, la infinidad de sus caminos.

Ser autodidacta le puede ahorrar nadar en lagunas que lo distraiga y lo lleve, con menos técnicas, al mundo que él quiere y puede construir.

Ray se mete al arte con una decisión definitiva y, al revés de los impresionistas clásicos franceses que dejaron el óleo para “captar la fugacidad del momento” con la acuarela y el pastel, Ray empieza con la acuarela, la que deja sin exprimirla, aún húmeda, para brincar al acrílico, que toma tiempo en domar y que se seca volando.

La creencia antigua de que el óleo es la excelencia en el arte por su eternidad de diamante, cuando es creado por un maestro, se cae cuando muchos de ellos, con firmas menos famosas y reconocidas, van a parar a los mercados de pulgas. Sin embargo, muchos de los dibujos en papel hechos en el Renacimiento se conservan como tesoros, como piedras preciosas, cuyo brillo reluce desde la firma. Es el caso del acuarelista ruso Leonid Pasternak, probablemente un pariente del escritor del Dr. Zhivago, cuyos trabajos valen tanto como cualquier óleo de la época zarista, aunque menos que cualquier garabato de Ilya Repin.

No hay probabilidad de vecindad entre Ray y quizás ni conozca a Vitaly Shchukin ni a Vladislav Yeheseyev, pero los tres tienen el mismo interés por el tema del patrimonio arquitectural y el paisaje natal.

Pero, ¿por qué muchos pintores dejaron a un lado el óleo y prefirieron el acrílico? Si abres la puerta del Ministerio del Tiempo marcada con el No. 1920 y entras a México, encontrarás un tal Diego Rivera pintando murales con una pintura más fuerte frente a los ataques de la luz y la intemperie: el acrílico, un derivado del petróleo y de rápido secado lo que no es ventaja como tampoco lo es que no sea transparente porque tapa las capas sobre la que se aplica. Pero el mayor uso vino cuando aparecieron, por obra y gracia del Congress for Cultural Freedom cuando estos se inventaron el Expresionismo Abstracto a los que le daba tres pitos y medio si el acrílico cubría, no cubría, si duraba mucho o poco, si chorreaba… que usaron los pupilos subvencionados Jackson Pollock, Rothco y comparsa. La otra ventaja es que el acrílico no emite los gases tóxicos que el óleo y quizás, esto sea la causa para que Ray, que no es de la cuadra de Jack, se lance a experimentar con este medio.

Parecería que “Puerto Plata en tus manos” es una combinación de arte y artesanía por la presencia de los jarritos, pero no. El jarrito de Ray es el soporte para algunas de sus obras como lo ha sido un plato de cerámica o incluso el mismo cuerpo humano en aquellos trabajos modernos de “body art” y que el público quisiera comprar y llevarse “con tó y modelo” para su casa, a menos que haya sido el Juanpa de Mariano Hernández.

El acrílico es soluble al agua por lo que muchas veces es usado muy diluído para realizar “acuarelas”, pero una vez seco, es resistente a ella.

Pintar con acrílica, que ahora viene hasta en tubo, era equivalente a hacer un arte barato, porque se hacía con “pintura de lata”, la misma de pintar casas.

Hoy día, luego de un siglo de uso, nadie cuestiona una obra de arte porque esté elaborado con acrílica y mucho menos si lleva la firma de Ray Vázquez, “el americano”.

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