La verdadera raíz del Estadio Cibao, su historia, hay que buscarla en las relaciones de dominación económica y cultural de los Estados Unidos con la República Dominicana, lo que se acentuó con la intervención de 1916 cuando trajeron sus soldados dispuestos a cobrar hasta el último chele de todos los préstamos que “se le debía”, incluyendo aquel que hiciera Ulises Heureaux para modernizar el país como lo hizo. Aunque ese primer préstamo significativo lo hizo en Holanda, con lo que el padre Meriño se ganó $5 mil de comisión por su diligencia, esta se lo vendió a “América” quienes con mucho gusto y siendo coherente con su doctrina Monroe, tendrían el control del continente.
Theodore Roosevelt fue caricaturizado con un garrote, el famoso “big stick” más grande que el que usaron los soldados para jugar pelota. Pero eso ya lo habían hecho en Cuba tan pronto reemplazaron a los españoles. Es allí cuando inicia este juego fuera de los Estados Unidos como lo testimonia el juego del 27 de diciembre de 1874 entre el Habana Baseball Club contra Matanzas. De allí pasó a nuestro territorio cuando los ingenios empezaban a modernizarse por el este y los hermanos Ignacio y Ubaldo Alomá entusiasmaron a los dominicanos por el 1886 con dos equipos cubanos “Santiago de Cuba” y “Angelina” en San Pedro de Macorís el 25 de septiembre de ese año.

Parte del desembarco de la ocupación del 16 se hizo por Montecristi y desde ahí se enfilaron a Santiago cuando ya la capital había sido tomada.

Los muchachones rubios y colorados venían muy tranquilos, sudados, disfrutando del sol y no se quitaron sus camisas porque la férrea disciplina se lo impedía, ¿Y quién se atrevía? En La Barranquita de Mao se encontraron con un grupo de “jodones” dirigidos por Carlos Daniel a quien se le unió Máximo Cabral que les emboscaron pero no tan contundentemente como para detenerlos. Y el pelotón siguió su ruta en el paisaje que tenía el Diego de Ocampo a la izquierda y campos interminables de aromas y guatapanal por todos los lados con una población de chivos silvestres que nos dieron el sello de identidad de vivir sin ley.

Instalados en el Fort Saint Louis, que ya tenía su torre con reloj y entrada majestuosa gracias a los fondos del préstamo de Lilis, empezaron unas largas vacaciones que duraría oficialmente ocho años.

Ese Santiago era muy limitado con muchas viviendas de madera y paja, salvo los almacenes cercanos a la calle del Comercio (España) que eran de mampostería con puertas de ocho pies y bisagras inviolables reforzadas al interior por trancas como se puede ver aun hoy.

La Hoya, porque era un hoyo, que luego se convirtió en La Joya, había iniciado su reinado de infelices mujeres dedicadas a la prostitución por el abandono de sus maridos, chulos y concubinos y con la carga de varios muchachos que mantener. También era un sitio de depósito de frutos como una expansión de la ciudad desde las barrancas de Los Laureles (Benito Mención), por el oeste, tradición que se mantuvo con la existencia de “El Hospedaje”.

El espacio de la Fortaleza era muy pequeño para ese juego de manera que para matar el tiempo, cuando no había “gavilleros”, bajaban al río o a la Plaza Marte (Plaza Valerio) que servía para entrenamiento militar y para jugar pelota, lo que se constituyó en la diversión más importante de la ciudad, al margen del Centro de Recreo y sus firifollas racistas.

El revolcadero de burros que había al inicio de la calle de La Barca de Borbón, empezando lo que es hoy la avenida Valerio, donde está el parque Plaza Valerio (antiguo parque Ramfis) ya había servido de venta de madera y de mercado hasta que fue llevado del otro lado del río. Quedó una sabana grande donde los muchachos jugaban pelota.

La gente del pueblo tenía pocas opciones para divertirse: el gallo, el romo, la playa de Pastor en Bella Vista, algún perico ripiao en La Joya.

Ya los ocupantes que estaban en Santo Domingo jugaban por la zona del Matadero que estaba al final de la Calle Espaillat. El play allá, ocupaba el terreno del actual parquecito frente al Obelisco Hembra.

Con la expansión de Santiago se construyó un hipódromo cuyos terrenos servirían luego al actual Estadio Cibao. La quinta de 575 tareas de don Augusto Espaillat, por los lados de la Iglesia San José, fue transformada por su hijo Eliseo en una urbanización que llevaría el nombre de Eliesco y que luego se transformó en Baracoa.

Bebecito Martinez.

Ercilia Pepín, que luego fundaría la Escuela México al final del período de Horacio Vásquez, había contribuido a la formación del equipo Sandino y es por eso que en las fotos aparece una S en el uniforme de pelota y que mucha gente cree, erróneamente, que significaba Santiago. Se sabe del rechazo de la srta. Pepín a la ocupación militar extranjera y también de sus vínculos con el patriota nicaragüense César Augusto Sandino. Existieron también, por la influencia cultural de los norteamericanos, varios equipos de béisbol como el Yaque y el Inoa que con el tiempo fueron cambiando sus trochas de lona por guantes de cuero de fabricación extranjera. Las caretas de alambre con muchos trapos alrededor fueron reemplazadas por verdaderas caretas de “quécher” al igual que las pecheras rellenas de guatas. Esos primeros equipos, Yaque e Inoa, se batallaban fuertemente usando sus guantes caseros, bates torneado en alguna ebanistería y hasta un palo de leña. Era la parte baja de la ciudad, espacio de pobres, cueros, chulos, ladrones, pescadores, areneros, cocheros, vendedores ambulantes, boxeadores, carniceros, atisbadores de almacenes y guardias.

Una de esas novenas tuvo un trágico accidente aéreo en el que todos murieron al regresar de Barahona cuando el piloto chocó con una loma en Río Verde, La Vega. El único sobreviviente fue el quécher Enrique Lantigua, porque según las malas lenguas, se enchuló con una muchachona que lo obligó a quedarse.
Ya para 1933 y en pleno auge del primer gobierno del Jefe se crea el Santiago Baseball Club.

Con el desarrollo del juego en el Estadio de la Normal en Santo Domingo y la fusión del Licey con el Escogido para crear los Dragones de Ciudad Trujillo y para enfrentar a las poderosas Estrellas de Oriente, se ve la necesidad de que el deporte informal se convierta en una empresa del espectáculo y así se empezó a construir estadios en las ciudades más importantes: Santo Domingo, Santiago y San Pedro de Macorís.

El Estadio Cibao se construyó en 1957 bajo la dirección del arquitecto Bienvenido Martínez Brea (Bebecito) a poco tiempo del fin de la Era en que ya las Águilas era un equipo sólido y profesional desde aquella reunión de enero de 1937 en el cuarto piso del Hotel Mercedes y conocido como Roof Garden. Ya el Quisqueya tenía dos años y el de San Pedro vino en el 1959 como Estadio Oriental (en1963 fue nombrado Tetelo Vargas).

El Hotel Mercedes no tenía 10 años de construido y ya era el centro más importante de Santiago y por eso los hermanos Juan Sánchez Correa y Morito lo aprovecharon al máximo. El primero fundó el Club de pelota y el segundo la emisora HI9B Broacasting Hotel Mercedes que luego se llamó Radio Hispaniola 1050 AM con una transmisión limitada de 12 a 2 y de 5 a 9. La mayoría de programas se hacían en vivo con la orquesta de don Luis Alberti, el grupo de Correa (presidente del equipo), la sinfónica de la Tabacalera y el profesor Julio Alberto Hernández. No, Johnny Pacheco no tocó nunca ni ahí ni en “ningún lao”.

El Estadio se llamó Radhamés en honor al hijo menor del “benefactor” con una capacidad de 18 mil y pico de fanáticos, con graderías laterales que iban desde el extremo exterior del dogout hasta el final de las líneas del left y right. Las paredes del fondo medían siete pies lo que permitía que los debarataos pudieran ver el juego desde los camiones que se estacionaban al fondo y que cobraban 5 cheles. Era un palco preferencial para los infelices del Barrio Bolívar, los Platanitos, Pueblo Nuevo y La Joya.

El Estadio sirvió para realizar grandes espectáculos. Fue escenario para numerosos cantantes como Sandro de América, conglomeraciones religiosas contrarias a la oficial Iglesia Católica, carreras de autos y motores, la crucifixión del tamborileño Tamacún, las batallas del 30 de Marzo de Walker Tomás González con los alumnos de los liceos sin guión ni dirección, los torneos de béisbol amateur con el ampaya “bocanegra” como protagonista más que Isidro el Patú o Héctor Camacho.

Las animaciones con el merengue “leña lleva el burro” a partir del séptimo inning del Guayaberudo, de Cucharimba, de los enanos recoge bates y de las cheerleaders en tanga incendiaban de entusiasmo a los seguidores de Las Cuyayas. Todos los equipos se convirtieron en cantera de algún club de Estados Unidos. Los Piratas y los Cardenales pescaban en el Cibao mientras que los Gigantes lo hacían en el Escogido. Los primeros peloteros en el béisbol del norte marcó la orientación de los dominicanos y es por eso que tanto los Alou como Marichal y Osvaldo Virgil jalaran tantos admiradores para los Gigantes y para el Escogido. Y por esto pudimos ver a refuerzos como Bob Veale, Orlando McFarlane, Don Bosch, Bob Robertson, y muchos otros. Era la época dorada cuando se distinguieron Octavio Acosta, Chilote Llenas, Julián Javier, Roberto Peña, Tomás Silverio, Víctor Ramírez que tuvieron su relevo en Tony Peña, Guelo Diloné, Alejandro Taveras, Lima, Cutá Pérez y tantos otros. Era la época de Marichal, Mota, Pedro González, Rico Carty, Guayubín y Chichi Olivo, los mulos Jiménez. Era el tiempo que se fue y ya nunca volverá, más que en los recuerdos de quienes la vivieron… y nada más, y nada más.

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