Fermín Cabral y el coronel Veras Fernández pasarían unas semanas amargas en chirola, unas inesperadas vacaciones carcelarias, sin sospechar siquiera el motivo por el que habían sido agraciados con tan ingrata distinción. Sólo sabían, en principio, que sobre ellos pendían “graves acusaciones”. Pero por más que se devanaban la sesera no recordaban haber cometido en el ejercicio de sus funciones ninguna falta que justificara el trato, las múltiples desconsideraciones que habían recibido. Nada, absolutamente nada los hacia acreedores a tan indigna y bochornosa retribución. La naturaleza de las gravísimas acusaciones saldría muy pronto a relucir y no parecía, por desgracia, que fueran a ser desestimadas.

En cuanto la bestia regresó al país, después de un mes de ausencia, que debió parecerle a los prisioneros una especie de eternidad, el misterio comenzó a desentrañarse. Todo se debía a una intriga, una tramoya atribuida al general José Estrella, un ardid epistolar.

Desde su cárcel en la Fortaleza Ozama —dice Crassweller—, José Estrella escribió una carta en la que solicitaba cortésmente, justificadamente una amnistía. Estrella defendía su moralidad, defendía quizás su pundonor, proclamaba su inocencia o una extraña suerte de inocencia en el caso del asesinato del fotógrafo José Roca, por el que estaba condenado a veinte años. A su juicio, según decía en la carta, el homicidio de Roca se justificaba por tratarse de un asunto de interés público. Su asesinato había sido, como quien dice, un servicio a la patria. Y en cuanto a la muerte de Martinez Reyna y su señora esposa atribuía toda responsabilidad a su sobrino Rafael Estrella Ureña.

Con toda la fuerza de descaro o desfachatez de la que era capaz, aseguró que el sobreseimiento de la acusación contra Estrella Ureña era debida a la “inexplicable y flagrante omisión” de Fermín Cabral y Veras Fernández. Ambos habían interpuesto supuestamente sus buenos oficios o mejor dicho sus turbios manejos para beneficiar así a Rafael Estrella Ureña y al coronel Veras Fernández. De manera que contra ellos se abatió ahora todo el peso de la ley. En el proceso que se les siguió, ambos fueron acusados, por comision y omisión, de haber violado la ley, de complicidad y negligencia en la liberación de Rafael Estrella Ureña. Ninguno de los dos podía creerlo. Concretamente, a Fermín Cabral y Veras Fernández se los acusaba de haber coaccionado y quizás amenazado, o de alguna manera intimidado al juez para que desestimara la pesada acusación contra Estrella Ureña y Veras Fernández. Incluso el juez fue citado y desde luego amonestado, aterrorizado y finalmente despedido.Sumariamente despedido.

Detrás de todos estos y muchos otros encarcelamientos y persecuciones —¡contra su propia gente!— estaba, por supuesto, la mano tenebrosa de la bestia. La gente conjeturaba, trataba de explicarse un poco en vano, no entendía, en definitiva, el porqué de la caída del general José Estrella. Algunos la atribuían a ciertas irregularidades financieras que habían sido descubiertas y en las que de seguro había incurrido, pero el argumento no resultaba convincente.

Dice Crassweller que algunos tenían la opinión de que Trujillo solamente pretendía montar un espectáculo, reafirmar, mostrar de una vez por todas el carácter omnímodo de su autoridad, antes de partir en un viaje al extranjero. La bestial autoridad que en el momento necesario no distinguía entre fieles e infieles.

Un rumor que no parecía carecer de fundamento se relacionaba con la impresión que en el ánimo de José Estrella había producido la enfermedad de la bestia. El acontecimiento, por más que se quisiera mantener en secreto, había hecho sonar todas las alarmas.

Campanas de ambición sucesoral se habían escuchado, por ejemplo, en los predios de la hermandad de las bestias y de seguro las había escuchado el poderoso general Estrella con cierta delectación, con cierto inconfesable o más bien disimulado relambimiento. Estrella, como tantos otros, era un hombre fiel, un devoto, pero no carecía de ambiciones. Si las cosas hubiesen salido mal para la bestia, él no habría preguntado por quien doblaban las campanas, habrían estado doblando por la bestia y solamente por la bestia.

Ahora bien, todo aquel burdo espectáculo, aquel juicio escenificado en torno al asesinato de Virgilio Martínez Reyna y su esposa no era más que una farsa, una burla monumental, un vulgar número de feria, un teatro de títeres en el que la bestia movía todos los hilos. Todos los personajes jugaban sencillamente el papel que les asignaba la bestia. La única y verdadera víctima era la familia Martínez Almánzar.

En el mes de julio de 1941 la bestia dio por terminado el espectáculo. Mario Fermín Cabral y el coronel Veras Fernández fueron discretamente liberados, salieron en libertad sin bombos y sin platillos, sin ningún anuncio oficial, sin que la noticia llegara a los periódicos. Sin ningún tipo de publicidad. Veras Fernández volvió a la gracia de la bestia y poco tiempo fue aceptado como miembro del Partido Dominicano. Fermín Cabral sería elegido o nombrado senador un año más tarde. Rafael Estrella Ureña viviría tal vez lo que le quedaba de vida en permanente zozobra. El general José Estrella saldría también en silencio, a pesar de haber sido condenado a veinte años por la muerte del fotógrafo José Roca, volvería otra vez a disfrutar de la inestimable estima de la bestia, recuperaría sus privilegios, volvería muy pronto a las andadas, volvería a ser un matarife descarado y ostentoso.

Seguiría, en fin, siendo el mismo José Estrella que, en el colmo de los agravios, fue alguna vez encargado de supervisar la remodelación y reacondicionamiento de la residencia de Martínez Reyna para que sirviera de alojamiento a la bestia durante las visitas que hacía a la región.

El dolor y la indignación de la familia Martínez Almánzar sólo es posible imaginarlo. Pero eso sí, la digna madre de Altagracia Almánzar juró según se dice públicamente en más de una ocasión, se hizo más bien el propósito, se prometió quizás de muchas maneras no morir hasta que la bestia muriera, hasta que dejara de contaminar el mundo con su fétido aliento.

Falleció un día después de que ajusticiaran a la bestia.

HISTORIA CRIMINAL DEL TRUJILLATO [60]
https://eltallerdeletras.blogspot.com/2019/ 04/historia-criminal-del-trujillato-1-35.html
Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.

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