Durante siglos la migración ha sido un componente fundamental de la vida y el desarrollo del Gran Caribe. En su largo período histórico ha sido sitio de asentamiento de comunidades de los más variados bagajes culturales que hacen de la región un crisol cultural que identifica al ethos de las sociedades caribeñas.
América en general y el Gran Caribe en particular, fue escenario durante el siglo XIX y XX de la llegada de migrantes españoles, ingleses, franceses, alemanes, portugueses, italianos, judíos, árabes, chinos e hindúes.

Uno de los grupos migrantes que en gran medida ha sido olvidado y es poco conocido por la historiografía caribeña y que hizo presencia en la región es la migración irlandesa.

Su presencia en la región se remonta al período colonial. En el Caribe insular constituyeron una parte considerable en Antigua, Montserrat, Nevis y St Kits, durante los siglos XVII y XVIII. A su vez, Jamaica entre 1670-1700, se convirtió en el destino preferido de los sirvientes irlandeses e ingleses que partían de los puertos atlánticos de Kinsale, Cork, Galway y Bristol.

Durante el siglo XIX y XX fueron muchos los irlandeses que, por razones políticas, económicas, y sociales cruzaron el Atlántico. Desde principios del siglo XIX hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, más de seis millones de irlandeses emigraron hacia América. En la primera mitad del siglo XIX los hombres conformaban la mayor parte de la emigración irlandesa. No obstante, esta tendencia cambiaría a partir de 1850, ya que las mujeres irlandesas de los medios rurales sufrieron un importante deterioro en su situación socio-económica, por lo que muchas decidieron entonces emigrar. La mayor parte se establecieron en Estados Unidos y en menor grado en otros países de la región.

En Colombia y Venezuela soldados irlandeses lucharon durante la Guerra de Independencia bajo el paragua de la Legión Irlandesa que sirvió entre 1819 y 1821. Fueron reclutados en Dublín, Londres y otras ciudades por John Devereux, James T. English, William Walton y otros. Algunos de los soldados de la Legión Irlandesa permanecieron en Colombia después de la Guerra de Independencia. Después de la batalla de Boyacá, Daniel Florence O’Leary (1801-1854) fue nombrado ayudante de campo de Bolívar y sirvió en Venezuela, Panamá, Ecuador, Perú y Bolivia. En 1828 O’Leary se casó con Soledad Soublette en Bogotá y prestó valiosos servicios a Colombia y Venezuela. Otros colonos irlandeses en Colombia relacionados con las Guerras de Independencia fueron Thomas Murray quien se casó con Estrada Callejas, John Hands, Francis O’Farrell, Joseph Boylan, James Rooke y Hugh Blair Brown.

Los irlandeses llegaron a México desde los tiempos del virreinato. Después de que México se incorporó al concierto internacional de las naciones, a partir de 1821, la presencia de irlandeses se hizo presente en la minería, comercio y deuda pública, ya en el plano personal o como agentes de empresas británicas. De igual manera este colectivo formó parte de proyectos colonizadores para poblar el norte de México. La mayor parte se establecieron en la Ciudad de México, y en otros estados como Chihuahua, Coahuila, Sonora, Durango, Nuevo León, Veracruz, Zacatecas y Guanajuato.

A Cuba llegaron desde el siglo XVII y aunque su presencia no fue numerosa, tuvo un impacto en el proceso de desarrollo y reafirmación de la identidad nacional cubana (Brehony, 2012). Se asentaron en zonas de Pinar del Río, así como en La Habana, Matanzas, Cienfuegos, Camagüey, Santiago de Cuba y en algunos lugares de Villa Clara. En esta migración, durante el siglo XVIII, XIX y XX, las mujeres contribuyeron significativamente a los procesos de formación de la sociedad cubana de diversas maneras a través de su favorable y dinámica participación en la misma. Llenaron los roles de piratas, dentistas, colonos, religiosas, profesoras, vendedoras, servidoras sociales, propietarias de inmuebles e ingenios azucareros o haciendas cafetaleras, trabajadoras domésticas, sirvientas de familias acaudaladas, empleadas de hoteles, niñeras y enfermeras.
Hasta finales del siglo XIX, los inmigrantes irlandeses podían ser hallados en cada espectro de la sociedad cubana. Fernando Ortiz (1934) hizo una distinción entre aquellos irlandeses intrínsecamente ubicados en el centro de la aristocracia cubana-española, tales como los celebrados generales y mercaderes irlandeses de apellidos O’Reilly, O’Donnell, O’Farrill y O’Gaban, en oposición a aquellos que se identificaron con la lucha anticolonial, los que incluyeron al abolicionista Richard Madden y al feniano irlandés, James O’Kelly, quien fuera corresponsal para el New York Herald y autor de La tierra del mambí.

Una obra que recoge parte de la migración irlandesa en Cuba en el siglo XIX, es la tesis doctoral de Margaret Brehony, publicada con el título: “Migración Irlandesa a Cuba, 1835-1845. Imperio, identidad étnica, esclavitud y mano de obra libre”. Buscando en archivos españoles y cubanos, Margaret Brehony relata en su tesis la experiencia de un grupo de trabajadores irlandeses que fueron contratados en Nueva York en 1835 y llevados a Cuba para construir las vías de lo que iba a ser la primera parte del primer ferrocarril en la isla.

En República Dominicana no fue tan significativa en términos cuantitativos. A finales del siglo XIX había 21 irlandeses que conformaban el 2.43 % del total de extranjeros con domicilio en el país. En Puerto Rico durante el siglo XIX un número significativo de irlandeses se trasladó a esta isla luego de ser rechazados en puertos estadounidenses por brotes epidémicos a bordo de los barcos en los que navegaban. Muchos de estos colonos irlandeses jugaron un papel decisivo en el desarrollo del éxito de la isla en la industria azucarera. Después de que España cediera Puerto Rico a los Estados Unidos al final de la Guerra Hispano-Estadounidense en 1898, muchos soldados irlandeses-estadounidenses que fueron asignados a las bases militares en la isla decidieron quedarse después de conocer a otras personas de ascendencia irlandesa. Se convirtieron rápidamente en parte de la comunidad en Puerto Rico y adoptaron el idioma y las costumbres de la isla, integrándose en la sociedad puertorriqueña.

Los irlandeses que llegaron al Gran Caribe contribuyeron en mayor o menor grado al desarrollo económico, social y cultural de las zonas donde se establecieron. Estudiar de manera amplia y visibilizar el impacto de esta migración en el Gran Caribe sigue siendo una cuenta pendiente en la historiografía de las migraciones.

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