La devoción de los Hombres de Mar a Nuestra Señora del Rosario tiene su origen a finales del siglo XV y adquiere más fuerza a partir de la Batalla de Lepanto, que tuvo lugar el 7 de octubre de 1571, donde se enfrentaron el Imperio Otomano -conocido como Imperio Turco- contra una coalición católica llamada Liga Santa, conformada mayormente por el Imperio Español junto con los Estados Pontificios, la República de Venecia, la Orden de Malta, la República de Génova y el Ducado de Saboya.

La victoria fue utilizada por el papa Pío V quien era fraile dominico y atribuyó el éxito de la batalla a la intersección de la Virgen del Rosario, pues los dominicos eran devotos de la esta virgen, porque Santo Domingo de Guzmán fue la persona que más contribuyó en su tiempo, a la formación y propagación del Santo Rosario y la veneración de la virgen. Además, se dice que durante la batalla Pio V organizó un rosario público en la basílica de Santa María Mayor ya que ese día era el primer domingo de octubre y era tradición rezar el Santo Rosario. Por tal motivo, en 1572 se estableció que el primer domingo de octubre se celebraría la fiesta anual de la conmemoración de la Virgen María de las Victorias. Un año después, el papa Gregorio XIII cambió el nombre de esta fiesta a Nuestra Señora del Rosario y trasladó su celebración al 7 de octubre.

Otros sucesos posteriores ligados a batallas afirmaban la intervención milagrosa de la virgen. Uno de ellos, en 1589 cuando la ciudad de La Coruña fue atacada por el corsario Francis Drake. Mientras la ciudad era defendida por María Pita, 18 coruñeses acudieron al convento dominico a rezar un rosario a la Virgen del Rosario y le prometieron rendirle homenaje, convirtiéndola mas tarde en la patrona de la ciudad. Por otro lado, los gaditanos pidieron la intervención milagrosa de la Virgen del Rosario durante las epidemias de 1681 y 1730, quien los protegió. A raíz de este hecho fue nombrada Patrona y Protectora de la Ciudad de Cádiz, donde se le conoce como “la Virgen Galeona”, y su patronazgo fue ratificado el 25 de junio de 1867, mediante bula del papa Pío IX.

A partir del siglo XVI, cada vez que una flota española partía del puerto de Cádiz hacia Las Indias o Filipinas, en la nave mayor iba la imagen de la Virgen del Rosario encabezando el rumbo de los navegantes. La religiosidad entre los hombres de mar se vincula al miedo de las condiciones naturales a que se tenían que enfrentar en cada uno de los viajes, así como a las dificultades y penurias que pasaban durante el trayecto. Realmente el mar era una fuente de peligro y era considerado como un lugar misterioso, inestable e incluso maléfico, y el hecho de embarcarse era para muchos una locura. Aunque con el tiempo, el miedo fue
desapareciendo, el respeto a las tormentas y huracanes que azotan el Caribe nunca desapareció, pues los constantes naufragios, las enfermedades y adversidades que implicaba un viaje, sumado a los ataques de piratas y corsarios hacían del mar un lugar inseguro, donde fácilmente se encontraba la muerte.

En esos tiempos, se consideraba que el marinero era persona insensible y poco caritativa, pero en realidad eran creyentes y supersticiosos, que adelantaban el pedido de gracia divina. Antes de partir se confesaban y comulgaban, incluso testaban y dejaban dinero para misas por la salvación de sus almas por si morían en el camino.

A pesar de que iban capellanes, en el mar se vivía una religiosidad diferente que se ajustaba a la realidad social, la cultura de los marineros y al día a día, ya que la situación en el mar cambiaba constantemente. Surgieron expresiones de religiosidad enfocadas en el culto mariano y bautizaban sus embarcaciones con nombres sagrados, invocando protección.

Por eso no es de extrañar que esta fe y devoción particular que tenían los marineros a Nuestra Señora del Rosario estimuló la instalación de una hermandad de marineros en la ermita del Rosario, ubicada cerca de los astilleros de la ciudad de Santo Domingo y justo en la desembocadura del rio Ozama con el mar Caribe. Posiblemente estuvo compuesta por oficiales y “Hombres de Mar” en todas sus categorías, ya que era costumbre que así fuera.

Se desconoce cuándo inició en la isla Española la veneración a la Virgen del Rosario, pero se sabe que, a mediados del siglo XVI, el fraile dominico Bartolomé de las Casas, justo antes de partir hacia Veracruz, Nueva España -hoy México-, junto con fray Tomás de Berlanga, acudió a la ermita del Rosario para encomendarse a la virgen en su viaje, donde oró ante una imagen de Nuestra Señora del Rosario pintada sobre una pared en su interior. Solo se sabe que la hermandad se encargaba de celebrar la fiesta el 7 de octubre.

En 1679 fray Domingo Fernández Navarrete, arzobispo de Santo Domingo señala que Nuestra Señora del Rosario es la ‘abogada de la gente del mar” y que se venera en la ermita del Rosario ubicada en la ribera oriental del rio Ozama. En 1740 Domingo Pantaleón Álvarez de Abreu, arzobispo de Santo Domingo, señala que hay “una imagen – de Nuestra Señora del Rosario- pintada en la pared desde el tiempo de la conquista, mui milagrosa” y añade que, a pesar de ser un lugar húmedo, la pintura “hasta ahora no ha experimentado lesión alguna, cuya hermosura se mantiene maravillosamente intacta”.

Lamentablemente se fue perdiendo esta tradición, pero al parecer estuvo activa hasta principios del siglo XX, ya que en las excavaciones arqueológicas realizadas en 1988 por Elpidio Ortega y Marcio Veloz Maggiolo, se encontró una gran cantidad de botones que se clasificaron de acuerdo con las instituciones o personas que los utilizaron en sus vestimentas, determinando que los botones pertenecían a uniformes del ejercito dominicano, marina de guerra dominicana, marina mercante dominicana, insignias dominicanas, uniformes del ejército haitiano y vestimentas de personas civiles. En estos momentos la iglesia se mantiene cerrada, pero sería importante poder rescatar todas estas tradiciones para engrandecer y fomentar la devoción a la Virgen del Rosario que por tanto tiempo ha cuidado de los hombres de mar. l

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Este artículo forma parte del proyecto Connected Worlds: The Caribbean, Origin of Modern World, financiado por la Unión Europea, Horizonte 2020, Código Nº 823846. Dirigido por Consuelo Naranjo Orovio del Instituto de Historia-CSIC.

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