Con dieciocho años y sin saber nada del mundo, llegué al Beauty Ranch, la casa de Jack London en Sonoma, California. El jardín perfectamente cuidado invitaba a la puerta principal donde aparecía Mr. London con su bata de levantarse a medio amarrar por una tira blanca que le servía de cinturón. Su amplia sonrisa, a lo Kennedy, nos invitaba a entrar. Una vez dentro, su fantasma se esfumaba para que sus libros y objetos raros recogidos en las mil y una aventura por el norte de las Montañas Rocosas y por el Pacífico, continuaran guiando mis pasos y los de Mrs. Brown, mi madre postiza americana, por su hermosa morada.

Quizás, y sin saberlo, London sea uno de los responsables de que California sea el Estado más rebelde de la Unión a pesar de Hollywood, Reagan y Arnold Imposiblededeletrear. Joaquín Murieta, como Zorro, se suma, mas los miles de vagabundos, ladrones, Hell Angels, la mata de los hippies en Berkely, Black Panthers, cazadores de prima, pistoleros que se enrumbaron precipitadamente a buscar oro como si viéramos una película de Chaplin.

Ese aventurerismo vivido, sufrido, es lo que le sirve a John London (Jack es apodo) para escribir y por supuesto lo poco que aprendió de un padre postizo veterano de la guerra de Secesión. Su amor a la lectura vino por Flora Wellman, su madre, que fue abandonada por el astrológo William Chaney cuando ella le dijo que estaba embarazada.

-Yo no soy fértil – sentenció Chaney y se fue.

Con nueve años leyó la novela “Sigma” de la inglesa Mary Louise Ramé y luego siguió con Herman Melville y Rudyard Kipling, todos contadores de aventuras.

A la cuadratura de las cátedras de la Universidad de Berkeley de entonces, él no resistió y paralelamente con el oficio de ladrón, vendedor de periódicos, policía, devoró todos los libros que pudo de la Biblioteca Pública de Oakland, al otro lado de la Bahía de San Francisco.

Ese fue su gran aprendizaje hasta lograr que una editorial de Boston lo contratara para dar el gran salto y dedicarse a escribir a tiempo completo lo que le resultó fácil con su vivencia vasta en la recámara. Ya se había peleado en los muelles del puerto con todo tipo de marinero, aprendices de piratas, había conocido prostitutas, señoronas distinguidas de vida nocturna, la cárcel y otras materias primas necesarias para el oficio.

“…he ido buscando, constantemente, una infancia que nunca viví y, ahora, cuando mi edad se ha doblado, me encuentro más joven que en cualquier época de mi vida pasada y creo que acabaré encontrando aquella niñez…”

Esto lo escribe en la introducción al libro “Law of life and other stories” de 1902.

Comprueba London que la naturaleza es cruel y que solo sobreviven los más fuertes como en aquella búsqueda inicial de algunos seres vivientes en su etapa de espermatozoide. Todos sus libros cuentan alguna vivencia, reflexiones de sus múltiples lecturas. Al amigo poeta George Sterling (Griego) lo convirtió en Russ Brissenden en su libro “Martin Edén” de 1910 y en Mark Hall en “el Valle de la luna” de 1913.

London tiene una cierta similitud a nuestro Tomás Hernández Franco en su carácter jocoso y aventurero y el fino dominio y uso del lenguaje. Asombrosamente coinciden en sus prácticas de boxeo y admiración por ese deporte.

Justamente para el 4 de julio de 1910 se celebraría “el combate del siglo” luego de un largo esfuerzo de convencimiento al campeón Jim Jeffries para que peleara con Jack Johnson a lo que se negaba el primero aludiendo que este era negro.

La formación machista y el orgullo lo tocaron y cuando se decide, es un campeón fuera de forma, envejecido que la vanidad y el dinero se encargaron de ocultarle.

El New York Herald le encomendó a London cubrir el combate y este escribió una crónica diaria desde Reno durante los diez días que precedieron la pelea y que se publicó como libro bajo el título de “The Johnson-Jeffries fight”.

La imaginación y la creatividad de London estuvieron a prueba para escribir sobre un acontecimiento que no había sucedido aún. Él se la ingenió para crear una gran expectativa sobre la pelea presentando como posible ganador a uno y en las siguientes crónicas presentando todas las cualidades del otro.

Estamos en los inicios del siglo XX en un país que había abolido la esclavitud en 1863 con Lincoln pero que, en la práctica, grupos de fundamentalistas con el Ku Klux Klan y otros ricos propietarios de fincas de algodón se negaban a reconocer. No hay que olvidar que todavía en los años 60 nuestros peloteros no tenían derecho a comer en los restaurantes de blancos y que Rosa Park fue procesada por negarse a cederle su asiento a un blanco en una guagua.

London era ateo y eso tampoco ayudaba con el KKK, “…yo creo que cuando estoy muerto, estoy muerto. Creo que, con mi muerte, estoy tanto eliminado como el último mosquito que usted y yo hemos aplastado”.

Ya en sus últimos años y junto a su tercera esposa, Charmian Kittredge vivió en el Beauty Ranch que queda a media hora de Santa Rosa y a 800 metros de las ruinas de “House of Wolf” (casa del lobo). Esta fue su sueño desde niño, cuando hasta los ocho años trabajó en una granja como peón. La fama por las crónicas rápidas y abundantes en las revistas populares le dieron la fortuna. En 1911 emprendió el proyecto junto al arquitecto Albert Farr para hacer algo cómodo y sólido luego de que San Francisco sufriera en 1906 el peor terremoto. Eliza, hermana de London se puso al frente de la construcción, pero cuando estuvo lista (1913) se convirtió en cenizas misteriosas que las autoridades no pudieron explicar. Justo después que London fuese el que difundiera enardecidamente la victoria del campeón negro Jack Johnson que tiró a tierra la teoría de la supremacía del hombre blanco. Es obvio que el Ku Klux Klan no le iba a perdonar ese detalle a Mr. London. Ningún barniz inflamable, ni cuento chino encajaba en la quema de lo que es hoy el Jack London Historic Park of Sonoma.

London escribió, recogiendo las versiones de ambos boxeadores:

Johnson

Gané contra el señor Jeffries porque lo desclasifiqué en todos los aspectos de la lucha. Antes de entrar en el cuadrilátero estaba seguro de que sería el ganador. Nunca cambié de opinión.
Los golpes de Jeffries no tenían fuerza, así que, ¿cómo podía esperar ganarme? (…)

Una cosa tengo que reconocerle: el juego que dio. Regresó con el corazón de un verdadero luchador. Nadie puede decir que no hizo todo lo que pudo.

Jeffries

He perdido el combate esta tarde porque me ha faltado esa energía juvenil que tenía antes. Creía con todo mi corazón que estaba ahí, pero cuando empecé, faltaban la velocidad y el vigor. Era imposible hacer lo que antes hacía (…)

Supongo que es todo culpa mía. Yo estaba tan tranquilo en mi granja de alfalfa, pero cuando empezaron a reclamarme y a llamarme “la esperanza del hombre blanco”, supongo que el orgullo se impuso al sentido común. (…)

Continuó London, en su última crónica del affaire Johnson-Jeffries lo que repercutió por todo el país, incluyendo su palacio. “… La derrota de la gran esperanza blanca provocó mortíferos disturbios raciales por todo el país. La cuota de muertos incluía decenas de negros y algunos blancos. En los enfrentamientos entre blancos y negros hubo multitud de heridos y se destrozaron, quemaron y demolieron propiedades. Aunque no hay estimaciones generales de los daños, está claro que la victoria de Johnson conmocionó a la nación y azuzó la animosidad racial.” (…)

En sus correspondencias con su amigo Sterling, el Griego, el firmaba simplemente WOLF (Lobo), y así mismo escribía, con sus colmillos y garras.

Me despedí de London, Diablo, Black Leclerc, Koolau, Kiloliana, Tom King, el viejo Koskoosh, Eben Hale, Wade Alsheler, Subienkov, Jack Johnson, Jim Jeffreies amoratao… que siempre lo acompañan.

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