Después de varias jornadas nos hallamos en Azua, cuyo pueblo no se le dio tiempo a incendiar. Inmediatamente dispuso el general Gándara se diese para hospital la única casa que existía de mampostería. En ella colocamos los heridos y enfermos, que al día siguiente ascendieron a 57, a pesar de que, en el anterior, al acampar en playa Caracoles, se embarcaron los heridos de la acción de Matanzas y 38 calenturientos, que por la escasez de los medios de transporte nos dieron mucho que hacer en las dos jornadas anteriores.

En Azua fueron los enfermos aumentando, no obstante, la mejor alimentación y de que poco a poco llegaban catres, aunque siempre en número menor del necesario, hasta el punto de que el 30 de diciembre teníamos ya 320 enfermos. Por momentos crecía el número de febricitantes y disentéricos, sobre todo desde que algunos batallones de la división comenzaron a tener salidas distantes, que les obligaban a permanecer semanas fuera de la base de operaciones, tanto que el 5 de enero, en que por orden verbal del General tuve que ir a nueve leguas de distancia, sin más escolta que un guía del país, a un pueblo llamado Maniel, para curar unos cuantos heridos de milicias del país, el jefe de Sanidad de la división se vio solo para asistir a más de 400 enfermos, que esparcidos en 27 bohíos, con intermitentes unos, con disentería otros, con tifoideas otros, eran elocuente testimonio de la bondad con que este clima acoge a los individuos procedentes de países fríos. Tanta aglomeración de enfermos y tanta escasez de profesores encargados de asistirlos, dio lugar a que se embarcaran en pocos días cerca de 300, mas no por eso se disminuía el número de febricitantes. Si embarcábamos 120 en un día para Cuba o Santo Domingo, dos días eran suficientes para cubrir el mismo número; cada convoy que regresaba de haber llevado raciones al batallón de Isabel II, de la Unión o de Tarragona, traía un número mayor de enfermos, de los cuales espiraban algunos a las pocas horas de su entrada en el hospital por efecto de la sed, de la fatiga y de la enfermedad.

El día 31 de enero salimos de Azua con dirección a Neiba y Barahona. Los padecimientos de esta marcha superan a los referidos anteriormente, como tendré ocasión de enumerarlos en otra carta. Le supongo a vd. ya fatigado con mi descripción monótona; pero puede vd. hallarse persuadido, que narrando sucesos que han pasado algún tiempo atrás, he procurado ceñirme a exponer la verdad desnuda, sin exageración de ningún género.

Está ya la orden para regresar a Azua, donde dicen pasará el verano esa división para empezar de nuevo la campaña en octubre, pues el calor de marzo dificulta las operaciones, por el crecido número de asfixiados que caen en las marchas. Queda de Vd. S. S. Q. B. S. M. —Gregorio Andrés y Espala”.

Esta cartas que hemos transcrito fueron escritas por Gregorio Andrés y Espala, jefe del cuerpo médico de los ejércitos españoles que llegaron a ocupar nuestro país en el período de la anexión a España, y que fueron diezmados no solo por la valentía de los soldados dominicanos, que pese a no tener entrenamiento militar , contaban con el conocimiento del terreno y sobretodo su valentía. Y por otro lado, las enfermedades como la fiebre amarilla, el rámpano o el paludismo afectaron terriblemente a los soldados españoles que no estaban habituados a las inclemencias del tiempo y a esas enfermedades tropicales. Estas cartas de Gregorio Andrés muestran la situación de los soldados, pero también la situación de salud del territorio y además nos dan una idea de cómo transcurría la campaña.

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