El primer día de marcha, o sea, el 17 de noviembre, desfiló la vanguardia sin novedad; y el convoy igualmente terminó su jornada sin haber tropezado con el enemigo, que se limitó a molestar la retaguardia, causándonos solo tres heridos de bala, afortunadamente leves. Acampamos en una pequeña, aunque alegre llanura denominada Sabana Chica, y de las dificultades del camino dará una idea aproximada advertir que, habiendo salido del campamento del Zaina a las cinco de la mañana, llegamos a las cuatro de la tarde a Sabana Chica, de suerte que, en un trayecto de cinco leguas escasas, fue preciso invertir algo más de once horas. Albergamos los heridos en un bohío, sufriendo la división un copioso aguacero toda la noche. Había omitido decir que durante el día fue preciso vadear tres ríos con el agua a media pierna los infantes.

El día 18 fue una penosa jornada en que vadeamos un río llamado Nizao , cuya corriente era tan violenta que fue preciso poner una hilera de 30 caballos para quebrar su ímpetu, y su profundidad tal, que costó no poco hallar elevado. La infantería lo pasó llevando la cartuchera en la cabeza, dándole el agua a la mitad del pecho. Acampamos en una hermosa planicie llamada Sabana Grande, donde agradables maizales festoneaban sus márgenes, al lado de inhiestas palmas reales y platanales umbríos. Un pequeño bohío sirvió de abrigo esta noche a los heridos y calenturientos que iban ya excediendo en número a los medios de que disponíamos para su trasporte. La lluvia de costumbre volvió de nuevo a interrumpir el sueño de la división, que sin tiendas ni albergues de ningún género se veía todas las noches molestada por tan abundoso rocío.

El 19 al amanecer continuamos la marcha; recibimos algunos tiros a derecha e izquierda, que nos causaron 2 heridos leves; vadeamos a media pierna el río Bany, y a eso de las once de la mañana entramos en el pueblo del mismo nombre que había sido entregado a las llamas por el enemigo. Pudose atajar el incendio, limitando la destrucción a cuarenta casas, y en el resto se alojó cómodamente toda la fuerza. Inmediatamente establecimos el hospital, reuniendo en dos bohíos unos cuarenta entre enfermos y heridos, que al día siguiente fueron por mar conducidos a la capital. No podía menos de hacer impresión en la salud del ejército el vadeamiento reiterado de los ríos, la fatal periodicidad diaria de los torrenciales aguaceros, y la deletérea permanencia de cuatro días en el palúdico Zayna; así es que a los tres días de estar en Bany, teníamos 132 enfermos en los varios hospitales bohíos, que fue preciso improvisar, y a los quince días su número llegó a 520. Algunos de ellos , por efecto de la aglomeración y escasez de recursos de toda clase, prolongaron su permanencia en los hospitales más tiempo del que hubieran necesitado en casos ordinarios, pues la falta de camas precisaba a que se hallaran en el suelo, la dificultad de proporcionar vasijas y utensilios obligaba a que el desayuno y los caldos se repartieran a mediodía, y la escasez de practicantes daba margen a que los medicamentos no pudieran tomarse con la prontitud e intervalos que hubieran sido de desear por los dos únicos profesores que visitábamos los veintiséis hospitales. Situados éstos en puntos extremos de la población y distantes unos de otros, ocupaban la mayor parte del día tanto al primer médico sr. de Jacobi, jefe de Sanidad de la división, como al que traza estos desaliñados renglones, pues los profesores del cuerpo salían casi cotidianamente con columnas de mayor o menor número de fuerza a practicar reconocimientos y a batir al enemigo en diversos sitios más o menos distantes. Continuará la carta de Gregorio Andrés y Espala.

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