María Carla Picón estudió Letras en la Universidad Central de Venezuela, cuyo pensum era bastante abierto, muchas asignaturas electivas que le permitieron orientarse a la carrera con gran libertad. Al graduarse viajó a Madrid, becada por la Fundación Carolina para formarse en un Máster en Lexicografía Hispánica. A partir de ahí empezó a colaborar como estudiante, como egresada y, luego como becaria de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y de la Academia Venezolana de la Lengua en la elaboración del Diccionario Académico de Americanismos, publicado por la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) en 2010. Para esta escritora venezolana, su gran contacto con la poesía inició a los quince años con los dos tomos de las obras completas de Sor Juana Inés de la Cruz, “una edición maravillosa de la Biblioteca Ayacucho”.

¿Cómo definiría su poesía?
La poesía se constituye como el reino de la imagen y de la emoción, lugar en el que la palabra, en su absoluta y mínima esencia nos toma, nos rapta, nos transforma o nos hunde. Así que pienso que no se puede definir el lenguaje del alma. Siento más bien que mi poesía roza, provoca una voz lírica que pretende despertar en el lector una emoción, una experiencia sensorial, un cuestionamiento. No se trata solo de mí, de lo que me mueve o conmueve, de lo que observo o de mi capacidad para hacerme de la piel del otro, encarnarlo; es cómo puedo estar en comunión con él. Cómo produzco en su ánimo un movimiento interno o externo, que nos conduzca a una suerte de intimidad metafórica. Complicidad.

¿La poesía es fruto de la inspiración o del trabajo?
Ambas. Nuestros canales de percepción nos permiten interpretar el mundo. Quizá, en primera instancia, surge el arrebato de la emoción, de la imagen o de la idea, sin embargo, muy rara vez ese texto que se gestó espontáneamente queda intacto; por lo general hay un largo trabajo de reflexión y de edición. El poema debe tener coherencia unitaria y sentido, no podemos olvidar que comunica algo, no se trata solo de un conjunto de versos que al poeta se le ocurre y los embellece con recursos literarios, debe presentarse como una composición sólida y coherente en sí misma, un universo cerrado que se expone y auto explica; existe independientemente.

¿Qué estímulo es más importante para la creación literaria, experiencia cultural o cotidiana?
Creo que ambas nos nutren. Vargas Llosa lo expone muy bien; tenemos tres demonios que coexisten: los personales, los históricos y los culturales. No obstante, dependiendo de quién sea el escritor establecerá preferencias. En la experiencia cultural nos enriquecemos de la diversidad, incluye así perspectivas, costumbres, creencias, expresiones artísticas, sociales, ideológicas, modus vivendi, maneras de sentir y de relacionarse. En ese contexto nos percatamos de cuán minúsculos somos respecto al mundo y su realidad. Nos descubrimos entonces, por un lado, como seres sociales que forman parte del sistema, que interactúan y dependen de este; por el otro, como seres culturales, lo cual genera un doble sentido: hacemos cultura y la cultura nos hace. Por tanto, estamos sujetos a una identidad colectiva y a una identidad individual, que se constituye conforme al entorno y a la propia experiencia.

¿El poeta “evoluciona” en escritura?
Totalmente. Somos seres evolutivos, al igual que la sociedad y la lengua; siendo un producto cultural, psíquico, emocional y lingüístico es lógico que evolucione. La tendencia es a madurar nuestra percepción del mundo, también la capacidad para expresarlo a través del lenguaje. Es como los libros, hay uno para cada tipo de lector y para cada época de la vida. La evolución es intrínseca al proceso de la vida, sin embargo, la poesía es un ejercicio permanente. Su cambio atiende a la escritura constante, al cuestionamiento y a la autovaloración que hacemos de ella, a cuánto nos exponemos a la mirada del otro.

¿Cuál es el fin que le gustaría lograr con su poética?
Conmover al otro. Generarle una emoción que lo sacuda, que le permita conectar con el sentir, replantearse la imagen, experimentarla. Que en mis textos poéticos halle preguntas o respuestas, que conecte con el gozo de la belleza de lo mínimo, lo esencial. Me gustan los lectores sensoriales, profundos y cuestionadores.

¿Qué lugar ocupa, para una poeta como usted, las lecturas en vivo?
La lírica se cantaba, esto nos habla de su esencia y relación con la voz, la música y el oído. Las lecturas en vivo permiten rescatar esa experiencia originaria, más aún cuando la lectura y la declamación son un arte; un mismo poema en distintas voces puede generar diversas reacciones o percepciones en un auditorio, desde la conmoción hasta la incomprensión. Por eso es importante la atención sobre la cadencia del propio poema. Y aunque la lectura se trata de una práctica solitaria e individual, la lectura pública del poema permite la creación de espacios de contacto, hacer del arte y de la poesía un hecho aún más social y vivo. Nos conecta con la tradición oral, por demás ancestral. También favorece la vinculación con otras formas de expresión artística.

¿Cómo ve la industria editorial en la actualidad?
El cambio es inminente. La industria editorial se orienta en dos sentidos: por un lado es un negocio sobre el capital cultural, por el otro, el formato electrónico resulta más económico, ecológico y no ocupa espacio; no se deteriora, y dada su versatilidad para consultarlo, tenderá en nuevas generaciones a ocupar el primer lugar. Asimismo, el sector editorial confronta, de manera aguerrida, una competencia con los sistemas de autopublicación, lo que se presenta como un reto, sobre todo porque no hay control de producción, en ningún sentido, ni de forma ni de fondo. Pienso que la experiencia del libro será determinante en el tiempo. Y quiero ser enfática en ello: el olor del libro y la tinta, la textura de las páginas y su peso; el color de las hojas, el diseño y estética; la tipografía, el aire en la página, la mancha, los elementos gráficos —si aplica— serán los que puedan permitir la sobrevivencia de la edición en papel. Un lector ahogado de virtualidad buscará la libertad del libro, su aura, el anclaje con el cuerpo a través de la sensorialidad; el placer en el goce estético.

¿Cuál es la pregunta que le hubiera gustado que le hiciera y que no hice?
La importancia de la edición del texto literario, especialmente si de poesía hablamos. Creo que uno de los mayores errores en el mundo de la escritura es pensar que todo lo que se escribe resulta bueno y estético, que no requiere reposo, distancia, edición, corrección. Los mejores autores buscan a los mejores editores y correctores, porque un buen escritor se cuestiona la calidad de su trabajo, se pregunta si él mismo tomaría ese libro de un anaquel y pagaría por leerlo. También me parece esencial distinguir entre la corrección ortotipográfica, la de estilo y la edición, cada una tiene objetivos y alcances diferentes, lo que incluye el género al que se suscriba la obra.

Opinión
Un lector ahogado de virtualidad buscará la libertad del libro, su aura, el anclaje con el cuerpo a través de la sensorialidad; el placer en el goce estético”.

Consideración
La poesía se constituye como el reino de la imagen y de la emoción, lugar en el que la palabra, en su absoluta esencia, nos toma, nos rapta, nos transforma o nos hunde”.

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