“El crimen verde” es el título de la primera novela publicada por la periodista y escritora dominicana Emilia Pereyra. El argumento cuenta el asesinato de un extranjero por un grupo de malhechores dominicanos que posteriormente lo descuartizaron para desaparecer el cadáver y borrar las evidencias del homicidio. Fue tan conmovedor el hecho para la sociedad dominicana de principio de los noventa del siglo pasado, que motivó a la autora para producir su texto literario que resultó de interés para lectores criollos y de otros países.

Pasaron unos veinte años después del crimen novelado cuando la sociedad dominicana pareció perder la capacidad de conmoverse ante un crimen horrendo. Fue en los noventa, poco después del extranjero descuartizado, cuando se produjo la muerte atroz del niño Llenas Aybar, a manos de su primo Mario Redondo Llenas y su cómplice Moliné Rodríguez. La estupefacción social por el suceso está contenida en otra novela, cuyo autor es el abogado y político Ángel Lockward. A los dominicanos aún nos quedaba instinto para el espanto.

Al parecer, la consternación colectiva que caracterizó a los dominicanos ante lo funesto ya la habíamos perdido definitivamente el 31 de agosto del 2017, cuando el jevito Marlon Martínez embarazó y asesinó con todo el sadismo de una bestia a la adolescente Emely Peguero, barbarie en la que estuvo involucrada la madre del verdugo, Marlin Martínez, entonces funcionaria gubernamental.

Ocurre que desde un tiempo a esta parte los crímenes como los del extranjero descuartizado, el del niño Llenas Aybar y el de Emely Peguero se han convertido en el pan nuestro de cada día. En lo que va de año, además del que está sonando del tal “Dotolcito” con la muerte del joven Joshua Omar Fernández, decenas de jóvenes en edades que oscilan entre los 16 y 21 años han caído en hechos que incluyen tumbes y falsificaciones, como el de la pareja de La Guáyiga.

Enfrentar esta degradación no corresponde solo al Gobierno. Es la sociedad la que debe cambiar, o nos extinguiremos definitivamente. Es una cruda realidad.

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