La bestia tenía buen ojo para elegir a sus servidores, igual que para el ganado. Elegía con fino acierto a los mejores juristas, a los mejores administradores y a los peores asesinos. Supo elegir también o asociarse a hombres con capacidad empresarial que le ayudaron a crear y dirigir sus múltiples negocios. Uno de sus grandes asesores en materia económica, alguien que lo había conocido y tratado desde antes de llegar al poder y que sobreviviría a su caída, era José María Bonetti Burgos, alias Santanita. Se dice que tanto él como su hermano Ernesto fueron los que apadrinaron a la bestia, los que lo presentaron en sociedad cuando fue trasladado a la capital en 1924 y era todavía coronel de la policía.

Crassweller describe a Bonetti Burgos en términos casi elogiosos, como una persona de recia personalidad y sin los defectos de carácter que eran comunes a otros servidores. Llegó a ser diputado, secretario de Estado de la Presidencia, secretario personal de la bestia y más o menos frecuente compañero de viaje. Pero Bonetti Burgos —al decir de Crassweller— no tenía ambiciones políticas y si las tenía prefería disimularse. Era, sobre todo, un hombre de negocios, entregado a los negocios y preferentemente a los negocios. En calidad de hombre de negocios, asesor y asociado de la bestia logró, a diferencia de la mayoría, mantenerse en la cuerda floja del poder. Mantener estable o más o menos estable su productiva relación con la bestia durante todo su régimen.

Sin embargo, ningún otro servidor tuvo para la bestia la importancia casi desproporcionada que llegó a tener Anselmo Paulino Alvarez, sobre todo en materia económica. Nadie, en la corte de la bestia, llegó a acumular el poder y la influencia de Paulino ni a ejercer la prepotencia de la manera en que lo hizo.

Dicen que cuando Negro Trujillo era presidente de la República y le preguntaban y le pedían ciertas cosas, respondía un poco a la manera de Peynado, escurriendo el bulto. Decía que no sabía nada, que no podía hacer nada, que él sólo era presidente. Paulino, en cambio, hacía uso discrecional del poder, tenía iniciativa propia, ordenaba, resolvía, y quizá en algún momento se creyó equivocadamente imprescindible.

La influencia de Paulino sobre la bestia se tradujo en la creación y eficiente administración de un importante número de empresas y un ambicioso programa de expansión económica, desarrollo industrial y comercial que convirtió a la bestia en el dueño de casi todas las riquezas de país. Algunas de esas empresas eran monopolios y no se permitía la competencia, y cuando algo andaba mal y empezaban a dejar pérdidas se vendían jugosamente al Estado.

Paulino no se ocupaba solamente de economía y de los grandes asuntos del gobierno, podía viajar por órdenes de la bestia a Filipinas para comprar un ingenio azucarero y podía viajar por órdenes de Angelita (la hija mimada de la bestia) a comprarle ropa a Nueva York. Ningún asunto del Estado le era ajeno. Paulino fue el hombre en que la bestia delegó su confianza para zanjar a golpe de papeletas el conflicto diplomático que había surgido entre Santo Domingo y Haití a raíz de la matanza haitiana, y en 1941 fue negociador para la compra del National City Bank, que se convertiría en el Banco de Reservas de la República Dominicana. Era, pues, un servidor multifacético y un adicto al trabajo.

Anselmo Paulino representaba, de muchas maneras, el polo opuesto de Peña Batlle. Carecía de formación intelectual o militar y no parecía sentir ningún tipo de fobia o animadversión hacia los haitianos. Había nacido en Montecristi y se había criado en la frontera, en contacto permanente con los habitantes del otro lado, hablaba con fluidez el creol y se había casado con una haitiana llamada Andree, que le rendía culto a los luases tutelares del santoral vudú y tenía poderes. Paulino había perdido un ojo, le habían puesto uno de vidrio y le decían el tuerto, por supuesto, pero también le decían el ojo mágico y también tenía poderes o por lo menos se los atribuían, que viene siendo lo mismo en el imaginario popular. El hecho es que Anselmo Paulino lo veía todo, lo escuchaba todo y lo sabía todo. Mucha gente juraba que el influjo que ejercían él y su esposa sobre la bestia a través de los infalibles rituales mágicos del vudú había sido el factor determinante en los logros de sus grandes éxitos. De hecho, la misma bestia —según se comentaba— era un devoto de lua Candeló, un espíritu del fuego cuyo distintivo es el color rojo. Por eso la bestia exhibía con frecuencia un pañuelo de ese color en su vestimenta y recibía protección.

La carrera de Paulino no fue precisamente meteórica. Consiguió lo que consiguió en un lapso de veinte años, escalando posiciones, una tras otra, pero a un ritmo sostenido y demostrando extraordinarias habilidades en la solución de problemas políticos, económicos y diplomáticos. Su primer cargo en el gobierno —gracias a los buenos oficios de su padre, que era alcalde del Distrito Municipal de Restauración—, fue el de cónsul en Cabo Haitiano. Después sería embajador de Haiti y gobernador de la Provincia Libertador. En 1943 fue nombrado en el delicado cargo de comisionado especial en la frontera y finalmente, en 1947, empezó a formar parte del codiciado gabinete del gobierno como secretario de Interior y Policía.

En 1949 fue nombrado secretario de estado sin cartera, luego supervisor de la Policía Nacional y carreteras, luego inspector general del poder ejecutivo. También ostentó el rango más o menos honorario de general de brigada y estuvo en el congreso como representante de la provincia Libertador (Dajabón). Para esa época tenía 39 años y la vida le sonreía.

Sin embargo —como dice Crassweller— nada era tan simple, ni siquiera para Paulino, en la era de la bestia. Paulino, de repente, fue relegado a un puesto de menor importancia, como sucedía regularmente con casi todos los servidores del régimen.

Poco tiempo después, todos los cargos que le habían conferido en 1949 fueron confirmados y desde 1951 hasta 1954 ejerció —como dice Crassweller— el poder en nombre de La bestia hasta el punto de que que su voz llegó a ser o confundirse con la voz de la propia bestia.

Paulino lo tenía todo en ese momento y de seguro sentía que el mundo estaba en sus manos, pero había perdido —como Macbeth— el derecho al sueño, aunque por razones diferentes. No era la conciencia lo que le impedía dormir o dormir tranquilo. La bestia podía llamarlo y lo llamaba a cualquier hora y lo presionaba constantemente. De tal suerte, Paulino había hecho instalar teléfonos hasta en el baño de su casa para poder responder a sus intempestivos reclamos, órdenes, solicitudes. Y se sobresaltaba de tal manera que una vez, mientras se duchaba, sonó el timbre y Paulino procedió con tal torpeza o nerviosismo que se rompió un diente al llevarse el auricular al oído.

(Historia criminal del trujillato [67])

Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
Crónica del presente — El Nacional

(https://elnacional.com.do/cronica-del-presente-190/ de

Reynaldo R. Espinal, , “Anselmo Paulino Álvarez: Ascenso y caída del principal valido de Trujillo” (2-2)

(https://acento.com.do/opinion/anselmo-paulino-alvarez-ascenso-y-caida-del-principal-valido-de-trujillo-1-2-2-9007765.html).

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