Evocación de un pasado imperial los departamentos de ultramar siempre han proporcionado a Francia una ventajosa posición geoestratégica alrededor de nuestro planeta. Sin embargo, estos territorios siempre han estado lejos de alcanzar los niveles de bienestar socioeconómico de la Metrópoli. Una delicada situación que ha desembocado, en los últimos días en un descontento con un fuerte brote de violencia social en las vecinas islas de Guadalupe y Martinica.

Hace más de medio siglo atrás Francia dejó de ser un imperio colonial y debió aceptar la emancipación de sus colonias magrebís, indochinas y subsaharianas, aunque construyó una poderosa estructura económica, política y cultural para asegurar su influencia poscolonial. A pesar de estos acontecimientos reusó desprenderse de numerosos territorios regados a lo largo y ancho del globo que ha logrado mantener hasta la actualidad, bajo la denominación de departamentos de ultramar, eufemismo que rescindió el estatus colonial. Con ello, logró seguir manteniendo presencia en las rutas oceánicas más alejadas.

En la actualidad estos territorios están divididos en tres rangos, departamentos y regiones de ultramar, colectividades de ultramar y las tierras australes y antárticas francesas. Entre todas suman más de 120.000 Km de superficie que le posibilitan el derecho de explotación de las aguas y los recursos que pudiesen ser hallados en el subsuelo. Ello permite a Francia ser la segunda potencia marítima del mundo tras los Estados Unidos.

En la región del Caribe encontramos los vestigios del primer imperio colonial francés desarrollado entre el siglo XVI y el XIX, Martinica, Guadalupe, San Martin San Bartolomé y la Guyana. Más allá de que puedan parecer exóticos caprichos para turistas estos territorios tienen un notable valor estratégico y geopolítico. Por ejemplo, en la Guyana, un territorio casi del tamaño de la isla de Cuba, Francia posee una base militar y además se ubica el centro espacial guyanés único puerto espacial del país galo y de la agencia espacial europea (ESA). Esta tiene una posición estratégica inmejorable en un entorno selvático y poco poblado, con un complejo que ocupa unos 700 kilómetros cuadrados, y que tiene unas condiciones sísmicas y atmosféricas estables frente al mar para limitar cualquier lanzamiento fallido. Esta cercana al Ecuador, lo cual facilita la puesta en órbita de cualquier satélites o cohetes espaciales. Desde 1975 Francia decidió compartir esta base con la ESA y toda la actividad espacial europea se lleva a cabo desde este territorio caribeño.

Un poco más al norte las denominadas Antillas Francesas, testigos de un pasado colonial de sobreexplotación y esclavitud que dieron un enorme rédito económico a la metrópoli, en forma de tabaco y caña de azúcar y que han servido para proteger los intereses franceses en una de las rutas marítimas más concurridas del mundo, la del canal de Panamá. Por tanto, Guadalupe y Martinica son bases militares de primera magnitud en los intereses galos en la región y son escala habitual de barcos y aviones franceses.

Ahora bien, si Francia apostó por mantener estos territorios para conservar sus intereses, sus esfuerzos económicos para sostenerlos no siempre se tradujeron en buenos resultados ni para la metrópoli ni para la población de estos territorios, y si bien es cierto que suelen estar avanzado respecto de su entorno regional, siguen estando muy por detrás de los territorios de la Francia continental, ubicándose entre las regiones más pobres y con mayor índice de desempleo. El aislamiento geográfico, el envejecimiento de la población, pues lo jóvenes buscan oportunidades en la metrópoli, y la dependencia comercial de inversiones y subsidios han estancado sus economías. Otros indicadores que reflejan la delicada situación son, por ejemplo, que Martinica tiene la esperanza de vida más baja y la mortalidad infantil más elevada de la nación europea, la tasa de criminalidad de estos territorios de ultramar son las más elevadas del país y Guyana se encuentra a la cabeza. En Guadalupe, Martinica y Guyana los productos básicos cuestan un promedio de 10 y 15 % más que en Francia y los alimentarios llegan hasta un 30 %, al tiempo que los salarios son mucho más bajos.

La falta de expectativas económicas ha provocado agitación y conflictos sociales. El malestar de sus pobladores es patente, se protesta contra la carestía y los altos precios, ahora agravados también por las consecuencias de la interminable pandemia. Todo ha confluido en protestas sociales económicas e identitarias. En Pointe a Pitre, la capital de Guadalupe hubo fuertes manifestaciones y el ministro de los territorios de Ultramar Sebastián Lecornue, debió viajar con urgencia mostrándose dispuesto a abrir el debate sobre la autonomía en una isla en donde el 35 % de la población vive bajo el umbral de la pobreza. La propuesta del Gobierno de Macron fue criticada tanto por la oposición en Francia como por muchos antillanos, que aseguran eso no es lo que demandan. De todas formas, los políticos guadalupeños solicitaron la semana pasada la visita de una delegación interministerial para discutir sobre las competencias del Estado.

El ministro, no obstante, hizo una fuerte condena contra las situaciones de violencia vividas que desembocaron en la instauración de un toque de queda nocturno en ambas islas. Las protestas contra la inoculación obligatoria para los trabajadores de salud fueron el detonante para que sus habitantes expresaran su malestar aprovechando para exigir un aumento de los salarios y la reducción del precio del combustible. La desconfianza histórica esta presente y el Eliseo tendrá que manejar la situación con sutileza, pues a todo ello se suma el escándalo de contaminación por clordecona, un pesticida tóxico y cancerígeno presente en la tierra, el agua y la sangre de personas y animales. Este plaguicida contaminó permanentemente el suelo después de ser utilizado, entre 1972 y 1993, en las plantaciones de banano para luchar contra el gorgojo, un insecto que azolaba los cultivos, y ahora se sospecha que es el responsable de muchas enfermedades, incluido el cáncer. Más que nunca es tiempo de abrir un debate y escuchar a sus habitantes.

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