Introducción
Repito: la Navidad no es de hoy, es ya de ayer y seguirá siendo de mañana. Aquí encontrarán textos del año 200, 300, 400 y más. Es impresionante todo esto.

Cabe destacar que el Tiempo de la Navidad culmina este domingo con la Fiesta del Bautismo del Señor.

7- Navidad y Bautismo: misterio y salvación
“Hoy ha salido para el mundo el verdadero sol, hoy en las tinieblas del siglo ha surgido la luz. Dios se ha hecho hombre para que el hombre llegue a ser Dios; el Señor asumió la forma de esclavo para que el siervo se convierta en Señor; el morador y creador de los cielos habitó en la tierra para que el hombre, colono de la tierra, pueda emigrar a los cielos.

¡Oh día más lúcido que cualquier sol! ¡Oh momento más esperado de todos los siglos! Lo que anhelaban los ángeles, lo que ni serafines ni querubines ni coros celestiales conocieron, esto es lo que se ha revelado en nuestros días; lo que ellos veían como en un espejo y a través de imágenes, nosotros lo contemplamos en su misma realidad. El que habló al pueblo de Israel por boca de Isaías, Jeremías y demás profetas, ahora nos habla por su Hijo. ¡Qué diferencia entre el antiguo y nuevo Testamento! En aquél, Dios hablaba a través de la nube; a nosotros nos habla a cielo despejado; allí Dios se mostraba en la zarza, aquí Dios nace de la Virgen; allí era el fuego el que consumía los pecados del pueblo, aquí es un hombre el que perdona los pecados del pueblo, mejor dicho, es el Señor que perdona a sus siervos, pues nadie, fuera de Dios, puede perdonar pecados.

Tanto si el Señor Jesús nació hoy como si hoy es el día de su bautismo –existen al respecto opiniones diversas y podemos adherirnos a la que mejor nos parezca—, una cosa es clara: que tanto si hoy es el día en que nació de la Virgen como si es el día en que renació en el bautismo, su nacimiento –en la carne y en el espíritu– es en provecho nuestro: ambos misterios son míos, mía es la utilidad que redunda de ellos. El Hijo de Dios no tenía necesidad ni de nacer ni de ser bautizado, pues no había cometido pecado para que se le perdonase en el bautismo. Pero su humildad es nuestra sublimidad, su cruz es nuestra victoria, su patíbulo es nuestro triunfo.

Coloquemos alegres esta señal sobre nuestros hombros, enarbolemos el estandarte de la victoria, más aún, grabemos ese lábaro en nuestras frentes. Cuando el diablo vea esta señal en el dintel de nuestras puertas, se estremecerá, y los que no temen los dorados capitolios, temen la cruz; los que no se arredran ante los cetros reales, la púrpura y el fasto de los césares, se echan a temblar ante las maceraciones y los ayunos de los cristianos.

Alegrémonos, pues, carísimos hermanos, y levantemos al cielo en forma de cruz la manos puras. Mientras Moisés tenía las manos en alto, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencía Amalec. Las mismas aves cuando se elevan a las alturas y planean en el aire, con las alas extendidas imitan la cruz. Y las mismas cruces artísticas son verdaderos trofeos y botín de guerra, cruces que debemos llevar no sólo en la frente, sino también en nuestras almas, para que, armados de esta guisa, caminemos sobre áspides y víboras en Cristo Jesús, a quien se debe la gloria por los siglos de los siglos. (San Máximo de Turín, Sermón 45. Año 380-465).

8- Misterio siempre nuevo
“La Palabra de Dios, nacida una vez en la carne (lo que nos indica la querencia de su benignidad y humanidad), vuelve a nacer siempre gustosamente en el espíritu para quienes lo desean; vuelve a hacerse niño, y se vuelve a formar en aquellas virtudes; y la amplitud de su grandeza no disminuye por malevolencia o envidia, sino que se manifiesta a sí mismo en la medida en que sabe que lo puede asimilar el que lo recibe, y así, al mismo tiempo que explora discretamente la capacidad de quienes desean verlo, sigue manteniéndose siempre fuera del alcance de su percepción, a causa de la excelencia del misterio.

Por lo cual, el santo Apóstol, considerando sabiamente la fuerza del misterio, exclama: Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre; ya que entendía el misterio como algo siempre nuevo, al que nunca la comprensión de la mente puede hacer envejecer.

Nace Cristo Dios, hecho hombre mediante la incorporación de una carne dotada de alma inteligente; el mismo que había otorgado a las cosas proceder de la nada. Mientras tanto, brilla en lo alto la estrella del Oriente y conduce a los Magos al lugar en que yace la Palabra encarnada; con lo que muestra que hay en la ley y los profetas una palabra místicamente superior, que dirige a las gentes a la suprema luz del conocimiento.

Así pues, la palabra de la ley y de los profetas, entendida alegóricamente, conduce, como una estrella, al pleno conocimiento de Dios a aquellos que fueron llamados por la fuerza de la gracia, de acuerdo con el designio divina

Dios se hace efectivamente hombre perfecto, sin alterar nada de lo que es propio de la naturaleza, a excepción del pecado (pues ni el mismo pecado era propio de la naturaleza).

Se hace efectivamente hombre perfecto a fin de provocar, con la vista del manjar de su, carne, la voracidad insaciable y ávida del dragón infernal; y abatirlo por completo cuando ingiriera una carne que habría de convertírsele en veneno, porque en ella se hallaba oculto el poder de la divinidad. Esta carne sería al mismo tiempo remedio de la naturaleza humana, ya que el mismo poder divino presente en aquélla habría de restituir la naturaleza humana a la gracia primera.

Y así como el dragón, deslizando su veneno en el árbol de la ciencia, había corrompido con su sabor la naturaleza, de la misma manera, al tratar de devorar la carne del Señor, se vio corrompido y destruido por la virtud de la divinidad que en ella residía.

Inmenso misterio de la divina encarnación, que sigue siendo siempre misterio; pues, ¿de qué modo puede la Palabra hecha carne seguir siendo su propia persona esencialmente, siendo así que la misma persona existe al mismo tiempo con todo su ser en Dios Padre? ¿Cómo la Palabra, que es toda ella Dios por naturaleza, se hizo toda ella por naturaleza hombre, sin detrimento de ninguna de las dos naturalezas: ni de la divina, en cuya virtud es Dios, ni de la nuestra, en virtud de la cual se hizo hombre?
Sólo la fe capta estos misterios, ella precisamente que es la sustancia y la base de todas aquellas realidades que exceden la percepción y razón de la mente humana en todo su alcance”. (San Máximo, El Confesor, Capítulos de las cinco centurias. Año 580-662).

9- En un niño vino la plenitud de la divinidad
“Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Si el Señor prometió a sus fieles estar con ellos todos los días, ¡cuánto más se nos ha de hacer presente el día de su nacimiento, si acentuamos el fervor de nuestro servicio! El que dice por Salomón: Yo —la sabiduría— salí de la boca del Altísimo, la primogénita de la creación; y de nuevo: El Señor me estableció al principio de sus tareas al comienzo de sus obras antiquísimas En un tiempo remoto fui formada; y por Jeremías dice: Yo lleno el cielo y la tierra, es el mismo que, nacido por un admirable designio de la economía divina, es colocado en un pesebre. Aquel a quien Salomón nos muestra existiendo eternamente antes de los siglos, Jeremías afirma no estar ausente de ningún lugar.

No puede faltarnos el que existe desde siempre, y en todas partes está presente. La veracidad y autenticidad de los testimonios de los antiguos vates sobre la eternidad de Cristo y sobre la inmensidad de su divina presencia, la pregona aquella sonora trompeta del mensajero celestial: Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre. Y el mismo Salvador a los judíos en el evangelio: Antes que naciera Abrahán existo yo. Pero comoquiera que poseía el ser antes de que existiera Abrahán o, mejor, antes de la creación, desde siempre y en unión con Dios Padre, quiso sin embargo nacer en el tiempo de la descendencia de Abrahán. De hecho, Dios Padre le dijo a Abrahán: Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia.

También el santo patriarca David mereció el insigne privilegio de una promesa semejante, cuando Dios Padre, instruyéndole en el secreto de su sabiduría, dijo: A uno de tu linaje pondré sobre tu trono. Y el profeta Isaías al considerar, bajo la acción del Espíritu Santo, la magnificencia de este nobilísimo vástago y la sublimidad y excelencia de su dulcísimo fruto, vaticinó así: Aquel día, el vástago del Señor será joya y gloria, fruto del país.

Estos dos padres que, con preferencia a otros, recibieron de modo muy explícito la promesa de la venida del Salvador, en la genealogía del Señor según san Mateó, merecieron justamente un primero y destacado lugar. El exordio del evangelio según san Mateo suena así: Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán. Con estas palabras del evangelio están de acuerdo tanto los oráculos de los profetas como la predicación apostólica. Que el Mediador entre Dios y los hombres debía nacer, según la carne, del linaje de Abrahán, el profeta Isaías se preocupó por inculcarlo de manera tajante, cuando dijo en la persona de Dios Padre: Tú, Israel, siervo mío; Jacob, mi elegido; estirpe de Abrahán, mi amigo. Tú, a quien cogí.

Aquel que, liberado de las tinieblas de la ignorancia e iluminado con la luz de la fe, llamó, en el evangelio, Hijo de Dios al Hijo de David, mereció recibir no sólo la luz del espíritu, sino también la corporal. Cristo, el Señor, quiere ser llamado con este nombre, porque sabe que no se nos ha dado otro nombre que pueda salvar al mundo. Por lo cual, amadísimos hermanos, para merecer ser salvados por él que es el Salvador, digamos todos individualmente: ¡Señor, Hijo de David, ten compasión de nosotros! Amén.” (San Odilón de Cluny, Sermón 1 en la Navidad del Señor. Año 962-1048).

CONCLUSIÓN
CERTIFICO que los textos reproducidos son copias textuales de sus originales.

DOY FE en Santo Domingo de Guzmán a los treinta (30) días del mes de diciembre del año del Señor dos mil veintidós (2022).

Posted in Certifico y Doy Fe

Más de cultura

Más leídas de cultura

Las Más leídas