Los idiomas son cuerpos vivos: respiran, crecen, padecen enfermedades, decaen y, finalmente, se extinguen. Todo este proceso, por así decirlo, dentro de una vicisitud de apremio borrosamente darwinista.

Hoy día viven en nuestro planeta unos 8,000 millones de seres humanos, que se expresan en 6,000 o 7,000 lenguas distintas. Aunque 900 millones de individuos dialogan en chino mandarín, menos de 7,000 hablantes articulan el chuchki de Siberia oriental.

La movilidad demográfica, el influjo de grupos dominantes, la imposición política y las necesidades del intercambio comercial han alterado y sometido a tensiones el mapa idiomático de nuestro tiempo. Sin embargo, “los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje”, para usar las expresiones del filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein. Y es que sólo se piensa con palabras. De muy poco servirá el idioma, en tal caso, para alguien con un repertorio de escasamente 100 o 200 vocablos.

Cerca de 580 millones de personas hablan el español como su lengua nativa. Es innegable el empeño de la Real Academia Española (RAE) por mantener una cierta unidad intelectiva dentro del universo hispanohablante. Esta voluntad, sin embargo, tropieza con dos escollos: de un lado, la generalizada ignorancia gramatical de quienes hablan nuestro idioma; por otra parte, el ciego impulso de los espasmos sociales tras el derrumbe del imperio soviético en 1989.

Así, junto al ‘machismo’, que subordina todo a la naturaleza del macho, como un fruto de estas angustias se crea el ‘hembrismo’. El mundo se reduce a sexo: ese ha de ser el lema de esta ofuscada heterodoxia. Claro: se confundirán entonces el género y el sexo. Una silla es de género femenino, pero no es hembra; un sillón es masculino, pero no es un macho.

Se habla asimismo de un “lenguaje de género”. Pero el género es una propiedad de los nombres y de los pronombres, que tiene carácter inseparable y produce efectos en la concordancia con los determinantes y los adjetivos, y que no necesariamente está relacionado con el sexo biológico. Simplemente, las personas no tenemos género, tenemos sexo. De ahí que la expresión “violencia de género” sea un absurdo, porque la violencia la cometen las personas, no las palabras. En español se debe decir “violencia sexual” o “violencia doméstica”, como ha sugerido la RAE.

Una sencilla y anónima profesora de un instituto público mexicano manifestó por escrito su desagrado con el padecimiento actual de nuestro idioma. Como destello de la entereza de una vocación, no creo conocer un documento más claro y fidedigno que éste. (PDM)

Documento escrito por una profesora de un instituto público mexicano

Yo no soy víctima de la Ley Nacional de Educación. Tengo 60 años y he tenido la suerte de estudiar bajo unos planes educativos buenos, que primaban el esfuerzo y la formación de los alumnos por encima de las estadísticas de aprobados y de la propaganda política. En el jardín de niños (así se llamaba entonces lo que hoy es “educación infantil”, ¿CENDI ?, mire usted) empecé a estudiar con una cartilla que todavía recuerdo perfectamente: la A de “araña”, la E de “elefante”, la I de “iglesia” la O de “ojo” y la U de “uña”.

Luego, cuando eras un poco mayor, llegaba “Semillitas”, un librito con poco más de 100 páginas y un montón de lecturas, no como ahora, que pagas por tres tomos llenos de dibujos que apenas traen texto. Eso sí, en el “Semillitas”, no había que colorear ninguna página, que para eso teníamos cuadernos.

En Primaria estudiábamos Lengua, Matemáticas, Ciencias Naturales; teníamos Educación Física donde hacíamos gimnasia. Ya en 6º de Primaria, si en un examen tenías una falta de ortografía del tipo de “b en vez de v” o cinco faltas de acentos, te bajaban calificación y bien bajada. En la secundaria estudié Historia Universal y de México, Literatura, Música, Civismo y un idioma extranjero, aparte de Matemáticas y Ciencias Naturales. En el Bachillerato, Historia y Literatura Universal, Literatura Española, Lógica, Raíces Griegas y Latinas, un idioma extranjero e introducción a la Filosofía, además de Matemáticas y Ciencias Naturales.

Leí la Ilíada y la Odisea, las tragedias griegas, El Quijote y el Lazarillo de Tormes; leí las Coplas por la Muerte de su Padre de Jorge Manrique, a Garcilaso, a Góngora, a Lope de Vega, a Juan de Valera y a Espronceda, a Fuentes y a García Márquez……etc. etc. Pero, sobre todo, aprendí a hablar y a escribir con corrección. Aprendí a amar nuestra lengua, nuestra historia y nuestra cultura. Y … vamos con la Gramática.

En castellano existe el participio activo como derivado de los tiempos verbales. El participio activo del verbo atacar es “atacante”; el de salir es “saliente”; el de cantar es “cantante” y el de existir, “existente”.

¿Cuál es el del verbo ser? Es “ente”, que significa “el que tiene identidad”, en definitiva “el que es”. Por ello, cuando queremos nombrar a la persona que tiene la capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo, se añade a este la terminación “ente”.

Así, al que preside, se le llama “presidente” y nunca “presidenta”, independientemente del género (masculino o femenino) del que realiza la acción. De manera análoga, se dice “capilla ardiente”, no “ardienta”; se dice “estudiante”, no “estudianta”; se dice “independiente” y no “independienta”; “paciente”, no “pacienta”; “dirigente”, no dirigenta”; “residente”, no “residenta”.

Y ahora, la pregunta: nuestros políticos y muchos periodistas (hombres y mujeres, que los hombres que ejercen el periodismo no son “periodistos”), ¿hacen mal uso de la lengua por motivos ideológicos o por ignorancia de la Gramática de la Lengua Española? Creo que por las dos razones. Es más, creo que la ignorancia les lleva a aplicar patrones ideológicos y la misma aplicación automática de esos patrones ideológicos los hace más ignorantes (a ellos y a sus seguidores).

Les propongo que pasen el mensaje a vuestros amigos y conocidos, en la esperanza de que llegue finalmente a esos ignorantes semovientes (no “ignorantas semovientas”, aunque ocupen carteras ministeriales). Lamento haber aguado la fiesta a un grupo de hombres que se habían asociado en defensa del género y que habían firmado un manifiesto. Algunos de los firmantes eran: el dentisto, el poeto, el sindicalisto, el pediatro, el pianisto, el golfisto, el arreglisto, el funambulisto, el proyectisto, el turisto, el contratisto, el paisajisto, el taxisto, el artisto, el periodisto, el taxidermisto, el telefonisto, el masajisto, el trompetisto, el violinisto, el maquinisto, el electricisto, el oculisto, el policío del esquino y, sobre todo, ¡el machisto!

Si este asunto “no te da igual”, pásalo por ahí, a ver si le termina llegando a la ministra de “igual-da”. Porque no es lo mismo tener un cargo público que ser una “carga pública”.

Besos … besas …!

Posted in Apuntes de Infraestructura

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