La obra ha sido mostrada este fin de semana en Casa de Teatro con la participación de dos extraordinarios actores cubanos: Jazz Vilá y Yordanka Ariosa, de Jazz Vilá Projects.

El 23 de abril subió a escena en su segunda temporada, en el Cine La Rampa de La Habana, la obra Candela, creación de Jazz Vilá. La noche del sábado, mientras en aquel escenario se presentaba Candela, al unísono se presentaba en el escenario de Casa de Teatro, en Santo Domingo, gracias a la generosidad de Freddy Ginebra.

Jazz Vilá y Yordanka Ariosa son dos artistas queridos por estos lares, que se han presentado al menos dos veces antes en Casa de Teatro, y ambos han participado en producciones cinematográficas dominicanas o extranjeras rodadas aquí.

La música de boleros clásicos cubanos en la voz de la versátil Yordanka Ariosa conforman un colchón para tratar de profundizar en la sobrevivencia. Un arte que han tenido que desarrollar los cubanos a lo largo de seis décadas y media.

La obra va desde los problemas cotidianos que enfrentan los cubanos de a pie, hasta las maromas que tiene que hacer un artista para tomar respiración, en un país que se hunde cada vez más en la miseria, la abulia, la inopia y la falta de esperanzas en un futuro.

La obra se resiente algo al tener que adaptarse a un medio, fuera de la zona de confort a la que están habituados. Faltó algo de tiempo para esa adaptación.

Jazz Vilá en el papel de Candela, una supuesta actriz que va al estreno de su primer protagónico en una película, es la estampa de la mismísima sobrevivencia.

La música de Pablo Milanés, Olga Guillot, Elena Burke, entre otros, en la voz y los gestos de Yordanka Ariosa-Perla Rosa queda a medio camino entre Celeste Mendoza y Moraima Secada, ambas leyendas de la música cubana, dueñas de una gestual cada una imponente.

Más allá de los numerosos gags (algunos de ellos muy cubanos para ser comprendidos por el público dominicano), ambos ofrecen un buen nivel de actuación, desde el minimalismo de lo que podría ser una guerrilla teatrera, tan orgánico como eficaz.

Las carcajadas que provocan, incluso valiéndose de algunos términos de la jerga dominicana (como los wawawá), no son óbice para dejar a un lado lo reflexivo que forma parte de la esencia del teatro desde los orígenes.

“Estoy emocionada -dice Candela a Perla Rosa- porque me has hecho recordar la esencia de por qué un artista lucha. Porque hay que dejarle algo precisamente a la humanidad”. Para enseguida, después de ese instante de reflexión, lanzarse de cabeza al gag: “Yo creo que nosotras tenemos que cantar algo juntas”.

Hay detrás de estos dos actores una tradición de teatro musical cubano que viene desde fines del siglo XIX con el Teatro Bufo Cubano, luego el Teatro Alhambra, el Molino Rojo, y el Teatro Cubano con Arquímides Pous a la cabeza, incluido el Teatro Musical Cubano. Y no pueden faltar las menciones a Jorge Anckermann, Villoch, Eliseo Grenet, y muchos más.

Pero justamente esa tradición de llevar la trova y la canción popular al teatro musical Anckermann lo bautizó ayudando a trovadores como Alberto Villalón, Rosendo Ruiz, Manuel Corona, Graciano Gómez, Eusebio Delfín y Sindo Garay, a transcribir sus obras y llevarlas al teatro musical.

En fin, lo que vemos en esta ocasión con Candela, está sustentado en esa tradición.

La interactividad con el público

Yo vengo a ofrecer mi corazón, de Fito Páez, un canto a la esperanza cuando ya pareciera que todo está perdido, es la canción con la que se cierra la obra que se va a negro y solo queda como en un karaoke el texto para que el público la cante. Esa interactividad con el público es esencial en la puesta en escena. El público participa en la iluminación y en algunos gags, además de los coros.

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